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Gallants

Un artículo de Eduard Terrades || 02 / 7 / 2012
Pantalla Invisible

Hay producciones que a nivel estilístico y argumental se influencian peligrosamente de otras que son del mismo género o temática y a pesar de ello caen simpáticas por su ingeniosa mixtura multirreferencial. Este es el caso de Gallants (Clement Cheng & Derek Kwok, 2010), un largometraje no apto para todos los paladares que mezcla de forma muy habilidosa la comedia cantonesa con las artes marciales, tomando como modelo algunos filmes de la mítica Shaw Brothers. Jubilados que quieren aprender las técnicas más complicadas de Shaolin a toda costa, enclenques que se rencuentran con viejos amigos de la infancia reconvertidos en mafiosillos modernos, estoicos entrenamientos que harían las delicias de los stunts de Jackie Chan (sí, rompamos un mito de una vez por todas, el bueno de Jackie también utiliza dobles) y un pato laqueado extraviado. Una perfecta mezcolanza fílmica, ideal para una sesión de birras de sábado noche con amigos.

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Un geek algo torpe y con problemas asmáticos (Wong You Nam) acude a un barrio marginal de chabolas para promocionar los productos de su empresa, y por casualidad sucumbe a las marranerías de un mocoso impertinente, hijo del líder tríadico del barrio. En última instancia es salvado por un extraño abuelo (Leung Siu-lung, el imbatible maestro de Kung-Fusión) que domina las artes marciales a la perfección. Éste le invita a su cantina, en la que conoce a una atractiva joven con ansias deportivas, a otro jubilado que disfruta recordando viejas batallitas marciales (Chan Koon-tai) y a una regordeta cocinera que parece esconder un secreto relacionado con el lugar. Una familia sui generis que vive de la nostalgia marcial del pasado. Lejos de permanecer a salvo, irrumpen en el restaurante todo el grupo de matones para cobrarse su venganza. A resultas del enfrentamiento, un viejo maestro (Teddy Robin, mítico cantante de estatura baja) despierta de un coma profundo, retando a la banda rival a participar a un improvisado torneo de artes marciales que tendrá lugar en una semanas en el gimnasio local. Por si fuera poco, el informático recatado descubre que uno del grupo rival es su mejor amigo de la infancia, al que maltrataba poniendo en prácticas llaves de lucha libre que aprendía visionando seriales televisivos. Parece que el duelo está asegurado, pero varios contratiempos cómicos impedirán que se desarrolle en condiciones normales.

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Quentin Tarantino tomaba prestado el libro de estilo de la Shaw Brothers para varias confeccionar varias escenas de Kill Bill vol.2 (e incluso solicitó los servicios de Gordon Liu, uno de sus actores fetiches), dos hongkoneses, que han crecido precisamente con el cine de de esta legendaria compañía, decidieron rendirle un merecido tributo de noventa minutos. Clement Cheng (siendo este su debut como realizador) y Derek Kwok reciclan toda la filmografía histórica de la Shaw en una sola producción, en la que no escatiman los típicos zooms forzados que puso en práctica Chang Cheh (uno de los cineastas más importantes de la cinematografía de la ex-colonia británica y el que dio a entender nuevas formas de estilismo cinematográfico entre sus compatriotas), los habituales y trabajados títulos de crédito acompañados de un pegadizo leit motiv y, en general, las señas de identidad de cualquier buen filme de los hermanos Shaw: misma estructura narrativa y escenarística, definición de personajes arquetípicos para que el espectador lo tenga más fácil a la hora de identificarlos durante la trama (insertando rótulos con el mote en cuestión cuando aparecen por primera vez) y finales algo precipitados. Asimismo, los más perspicaces se darán cuenta que para confeccionar el guión han tenido en consideración a Dirty Ho (Liu Chia-liang, 1976), una de las películas más divertidamente marciales que produjo dicha factoría y en la que se contraponía, de forma inteligente e inusual, los duelos entres dos escuelas rivales con los tics de la típica comedia de la zona geográfica de Canton. Una obra maestra que parece haber inspirado a Gallants, sobre todo en la manera de lidiar las escenas más combativas con la absurdidad de muchas secuencias que pueden terminar con la paciencia de más de uno, aunque resulten tremendamente graciosas. Pero ya que hablamos del filme collage de Tarantino, hay que recalcar que ambos cineastas han decidido aplicar el mismo recurso visual en forma de animación para narrar una serie de pretéritos acontecimientos en forma de backstage (curiosamente la tailandesa Chocolate también hace uso de este recurso en una secuencia onírica en la que se describe un episodio del pasado de la protagonista). También comparte con Kill Bill la misma estructura formal (ritmo y narración velozmente acoplados al desarrollo paulatino de la historia) y la incisión de temas musicales extradiegéticos en su banda sonora (canciones pachangueras que se adaptan a secuencias específicas, reciclando incluso la famosa “Don’t Let Me Be Misunderstood” del film de Tarantino), aunque se diferencie de ciertos aspectos técnicos, como el montaje, o en el desarrollo conceptual de todos los personajes (a diferencia del filme interpretado por Uma Thurman, no son estos los que hacen avanzar la trama, y los diálogos que les adornan no son mordaces sino todo lo contrario).

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Con un ritmo endiabladamente acelerado, Gallants se convierte en un exquisito menú marcial en que más allá de saturar al espectador con coreografías imposibles, intenta que éstas se conviertan en un espectáculo cómico (ojo, no tienen nada que ver con las cintas de la Golden Harvest de Jackie Chan o los chabacanos productos de Michael Hui de los años 80, en todo caso, y salvando muchísimo las distancias estaría más acorde con el humor del siempre genial Stephen Chow). Siempre procurando mantenerse fiel a las distintas técnicas que se muestran en pantalla, efectuadas por auténticos profesionales en la materia. Estaríamos hablando de un largometraje de artes marciales puro y duro si no fuera por los insertos humorísticos, las dialécticas conversaciones que mantienen los protagonistas o el mensaje que los realizadores quieren dar a entender sobre la relatividad esas acciones que condicionan el devenir de nuestras vidas. Por lo tanto su trascendencia va más allá del cine de género, y como encima está bien filmada y fotografiada (con una coloración lumínica que vuelve a remitirnos a las viejas tabernas de la Shaw Bro), cayó en gracia entre los académicos de Hong Kong, ganando como mejor film, mejor soundtrack, mejor actriz (Shaw Yin Yin) y actor de reparto (Teddy Robin) en los Hong Kong Film Awards y como mejor producción del año seleccionada por la Sociedad de Críticos de la ex-colonia británica. Reconocimientos que vienen a constatar que no es un simple collage de acción, sino un buen filme que merecería mucha más atención de la que en su momento se le prestó fuera de su territorio natural. Una desdichada distribución que puede paliarse si os dejáis seducir por este grupito de viejales con ganas de machacar su tiempo libre a base de artes marciales.

Ediciones disponibles: editada en Inglaterra en DVD (zona 2) por MVM Entertainment a palo seco en versión original subtitulada en inglés, en un master más que decente con salida de audio 5.1



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