Durante la bochornosa madrugada del miércoles 28 de Julio de 1976, un feroz terremoto hundió la histórica ciudad de Tangshan, siendo considerado uno de los peores movimientos tectónicos que hasta entonces se habían registrado en China. Las autoridades, a pesar de los titánicos esfuerzos que hicieron para ayudar a los damnificados, se vieron desbordadas ante la magnitud del desastre natural; un desastre que se convirtió en una de las peores tragedias que recuerda el pueblo mandarín: oficialmente se contabilizaron entre 240 y 255 mil cadáveres, sin contar a miles de desaparecidos (estimándose en unos 600 mil, aunque las cifras siempre han sido un baile constante, luego explicaremos porque), dejando a muchas familias desamparadas. Feng Xiaogang, uno de los nombres claves de la cinematografía china del nuevo milenio, quiso rendir un homenaje fílmico en Aftershock (2010), un melodrama que recorre el devenir de varios personajes afectados por el seísmo y que pretende amparar con sus imágenes a todas esas víctimas o familiares que padecieron directa o indirectamente las consecuencias de esa catástrofe.

Todo empieza con una invasión fortuita de libélulas a plena luz del día, como si su instinto insectívoro les advirtiera de que algo desconocido va a suceder. Un padre empieza su rutina diaria, yéndose a trabajar mientras deja a sus dos hijos con el cuidado de su madre. Jornada plácida hasta que llega la noche y, mientras los dos críos se quedan en casa durmiendo, los padres buscan intimidad en una carreta cerca de su hogar. De repente, el cielo se vuelve púrpura y empieza un temblor que se convierte en una eternidad. Los edificios se derrumban y son testigos de cómo sus dos hijos quedan atrapados entre las ruinas de lo que era su vivienda. La mañana emerge dolorosa y la madre, única superviviente, junto con la ayuda de otros compatriotas, intenta desenterrar de los escombros a sus dos retoños, sabiendo por sus llantos que ambos aún respiran. Dada las dificultades para rescatarlos y la inestabilidad del terreno, sólo pueden escoger salvar a uno de ellos, eligiendo al niño porque en la China de los años 70 era mucho más provechoso para una familia tener un hijo varón que una niña. Pero una vez han sido evacuados, la niña recupera el conocimiento. Perdida, desorientada y huérfana, es adoptada por una “pareja modelo”, una pareja joven que sigue y trabaja para el gobierno comunista. A partir de entonces, la vida de ambos hermanos fluye en paralelo durante un largo período de tiempo, sin imaginarse que un día, a consecuencia de otro movimiento tectónico, coincidirán y se reencontraran, impulsados por la solidaridad azarosa de prestar ayuda a otros paisanos que, igual que ellos en su época, ahora padecen las consecuencias de un seísmo. El reencuentro familiar no servirá para ocultar algunos rencores y viejas heridas del pasado, pero en un intento por normalizar su situación y pasar página, buscarán la manera de canalizar su dolor.

Un dato: 7,8. Esta es la magnitud del terremoto según la Escala Ritcher (aunque algunas autoridades apuntaron hasta los 8,2). Una sucesión de réplicas terminaron de minar la debilidad estructural de muchas construcciones deficientes y edificios que se derrumbaban como castillos de naipes ante la virulencia de los movimientos. Lo peor estaba por venir, y es que además de los problemas logísticos para reubicar a los supervivientes, el gobierno chino rehusó la ayuda internacional de las Naciones Unidas, alegando que ellos mismos tenían los suficientes recursos para levantar la zona (algo que queda diluido en el filme, ya que en todo momento se apuesta por alabar a todos aquellos chinos que participaron en las tascas humanitarias, pasando por alto la polémica silenciada que suscitó la negación de la colaboración extranjera). Por si fuera poco, los meses posteriores a este destructivo temblor de tierra, en la que miles de ciudadanos locales intentaban reflotar la ciudad en condiciones pésimas y que se negaban abandonar, con la esperanza de que alguno de sus familiares desaparecidos se reencontrara con ellos, coincidieron con varias sacudidas políticas que culminaron con el fallecimiento del líder comunista Mao Tse-tung. No fue hasta 2008 (coincidiendo con el terremoto de Sichuan, que tuvo una magnitud similar) cuando finalmente se alzó un monumento de tributo a las víctimas; monumento que aparece al final del filme y que de forma documentalista cierra el círculo gracias al testimonio de uno de los supervivientes, que expresa unas emotivas palabras ante la cámara, sirviendo estas como coda a esta historia de reagrupación familiar.

Teniendo en cuenta todos estos hechos cronológicos, Xiaogang prefirió apartarse de toda la controversia histórica y decidió construir, a través de tres generaciones de una misma familia, una emotiva historia que, por un lado sirviera como homenaje a todas las víctimas y, por el otro, pudiera exponer ante todo el mundo uno de los peores dramas humanos que experimentó China en el siglo XX (recordemos que el largometraje fue presentado a la Academia de Hollywood para que fuera seleccionado como posible película de habla no inglesa a competir en los Oscar). Todo ello evitando caer en el morbo que siempre suscitan las producciones con secuencias de destrucción, que para esta ocasión cuenta con unos efectos especiales que ponen la piel de gallina por su espectacularidad y realismo, recreando de forma prolongada y sin tapujos las tremendas escenas nocturnas del terremoto. Igualmente, Aftershock no es una “disaster movie”, no es una de esas películas de catástrofes en las que el pánico parece que deba apoderarse de todos los asistentes en la sala, sino un testimonio cinematográfico de cómo un evento catastrófico puede cambiar las vidas y el pensamiento de una serie de personas para el resto de sus existencias. Existencias que sirven además para mostrar la evolución, tanto social como culturalmente, que ha experimentado el país durante casi cuarenta años, y que vienen marcadas por la profunda personalidad de absolutamente todos sus personajes (uno de los puntos fuertes del largometraje es precisamente la excelente construcción dramática que todos los intérpretes ejercen de sus personajes). Por lo tanto estamos ante un blockbuster (porque lo es, su taquilla lo avala) que va más allá del simple producto comercial para posicionarse como un más que notable ejercicio fílmico historiográfico que mediante una tragedia intenta ilustrarnos sobre los comportamientos y confraternidad del pueblo chino.