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Hanezu no Tsuki

Un artículo de Eduard Terrades || 17 / 9 / 2012
Pantalla Invisible

“El monte Kagu amaba al monte Unebi; el Mininashi era su rival. Esto ha sido así desde la época de los Dioses. En el hoy efímero, como en el ayer, los hombres se disputan una mujer”. Con estas proféticas palabras, narradas en tercera persona, se introduce Hanezu no Tsuki: una de las películas japonesas más bellas, difíciles y melancólicas que se recuerdan en años. Un filme revelador de las emociones internas de la madre naturaleza, situado en la villa ancestral de Asuka (prefectura de Nara, antigua Fujiwara-kyô, uno de los enclaves en dónde conviven con armonía el Shintoismo con el Budismo) y esbozado de forma poética por la naturalista Naomi Kawase. Un “triangle love” nada convencional.

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El tiempo parece haberse aturado en este rinconcito ancestral, en donde la convivencia entre los dos pilares religiosos, que sostienen el folklore regional mitológico, se dan la mano para venerar a los antiguos dioses protectores de la naturaleza. Suena a misticismo, suena a exótico, pero merece ser respetado porque la mano del hombre parece no haber quebrantado las leyes naturales de esta tranquila y apetecible región, a muy poca distancia del gran meollo que conforman las grandes ciudades tecnificadas que invaden Japón a lo largo de su ancha zona costera. En este contexto sagrado, Kawase se apropia de una vieja leyenda en la cuál de forma simbólica tres pequeñas montañas, por supuesto hoy en día aún existentes, se han ido ganando el favor de los aldeanos siglo tras siglo, al pensar que realmente mantienen un idilio amoroso, sobre todo teniendo en cuenta la rica variedad de flora y fauna que viven en ellas, así como de la fuerza que emana de sus tierras cultivables y del agua pura que fluye de sus riachuelos. De hecho, en los títulos de créditos finales se explica con respecto al estudio geológico que se ha venido haciendo del lugar durante años, y que aparece retratado por el ojo documentalista de Kawase, que “las excavaciones en el enclave de Fujiwara-kyô, la arcaica capital, cuna de Japón, tan sólo han sido exploradas en un 10%; su historia está envuelta en un gran misterio”. Kawase tributa esta película “a todas esas almas que viven en esta pequeña región” y basándose en una desconocida novela de Masako Bando, mezcla este bonito relato autóctono con la caprichosa historia de dos hombres que viven en dos pueblecitos que configuran el municipio y se disputan el amor por la misma mujer: un escultor amante de la naturaleza y un hombre de profundas creencias vegetarianas. Amor, celosía y silencio, tres estados que agitarán el pulso romántico y que convergirán en una noche de luna llena, mientras la fuerza de la naturaleza prosigue su curso natural y parece influir en los actos y tomas de decisión de los tres personajes.

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De hecho, en el casi intraducible título se esconde parte de la solución al conflicto amoroso. Por un lado “Hanezu / 朱花” es un término que determina la intensidad del color rojo (palabra que se recoge en el Man’yôshu, unas recopilaciones poéticas que datan del Período Nara, siglo VIII), y por lo tanto viene a representar la intensidad emocional y la pasión amorosa que se establece entre ambas parejas de amantes; mientras que “Tsuki / 月” es la palabra para designar a la luna, y es curiosamente cuando ésta maximiza su intensidad rojiza (en luna llena), por la intersección de nuestro planeta, cuando se produce un acontecimiento que determinará el devenir de unos de los personajes. Conociendo antes de su visionado pues la etimología del enrevesado título, aún podemos asimilar parte del conjunto fantástico que se nos presenta, siempre partiendo de conceptos que merecen de un estudio posterior, al estar estrechamente vinculados a la religiosidad de un pueblo cuyas coordenadas geográficas nos caen muy lejos. Por lo tanto, y teniendo en cuenta los profusos conocimientos sobre la materia de Naomi Kawase, cualquier espectador que se atreva con ella debería respetarla, a pesar de que ignore o desconozca hasta cierto punto todo el conglomerado de divinidades invisibles (los “kami”) que se aglutinan alrededor de la religión shintoista, así como del llamado “karma” del Budismo. Estamos seguramente ante una producción etnocentrista, vinculada siempre al discurso fílmico de su realizadora y que, por mucho que en su globalidad no comprendamos su sentido espiritualista, resulta tan relajante y emotiva que sin duda alguna enriquece, no solamente nuestros conocimientos sobre el archipiélago nipón, sino también nuestra alma.

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Ediciones disponibles: editada en Francia en DVD (zona 2) por Zylo Films, en una edición que contiene un documental rodado por la propia realizadora sobre la zona en donde rodó.




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La sección en donde se dará a conocer obras perdidas del cine, de ayer y de hoy, con el objetivo de que lleguen al espectador con mayores inquietudes cinéfilas

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