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Woochi: cazador cazado

Un artículo de Eduard Terrades Vicens || 12 / 11 / 2012
Pantalla Invisible

En la última década hemos sido testigos de la propagación de decenas de producciones fantásticas, en cuyas historias se hallaba presente la magia o el componente mágico de una manera u otra. Nada nuevo en el séptimo arte. Tampoco ha sido una excepción en las cinematografías asiáticas punteras, y si hace poco disfrutábamos con The Great Magician (Gordon Chan, 2012), un largometraje hongkonés con un diseño artístico que nos trasladaba nostálgicamente a las viejas producciones de la Shaw Brothers, los productores surcoreanos ya hace tiempo que deslumbraron a sus conciudadanos con Woochi (Choi Dong-hun, 2009), un blockbuster de viajes temporales, magos con talento para enamorar y practicar artes marciales con movimientos que desafían la ley de la gravedad y mucha cara dura para sobrevivir a los nuevos desafíos del siglo XXI.

Una secuencia de animación abre el filme y sirve para introducir, de forma original, una vieja leyenda que envuelve a fuerzas demoníacas, y que luego será reciclada con el fin de narrar la historia de un zarrapastroso mago (Gang Dong-won) y su acólito sirviente. Cinco siglos atrás, en plena Dinastía Joseon, una flauta provocó un duelo entre una escuela de magos taoístas, tres dioses que velaban por ella y dos criaturas maléficas representadas por un conejo y una rata gigantes respectivamente. Pero uno de los supuestos protectores celestiales (Kim Yun-seok) se reveló como un poderoso demonio que pretendía dominar el mundo, eliminando al maestro de los dos magos y estos a su vez fueron encerrados en dos pergaminos.
Nuevo milenio. El par de entidades maléficas reaparecen y los tres guardianes del tao deben convocar a Woochi y su fiel perro guardián para evitar la destrucción de la Corea tal y como la conocemos actualmente. Adaptarse a la época actual no les resultará fácil, sin embargo sus dotes mágicas ayudarán a solventar todos esos problemas de integración cotidiana, hasta que reaparezca el demonio supremo para complicarles su existencia. Estos dos buenos maestros del engaño deberán librar un último asalto contra una mala hierba infernal que se resiste a marchitarse. Ni el amor pretérito será un obstáculo para caer en los trucos del pícaro y poderoso demonio. A no ser que éste consiga hacerse con el corazón de la damisela por la que el hechicero de magia blanca estaría dispuesto a sacrificarse.

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Aunque toda comparación sea odiosa, si cuando se estrenó Arahan (Ryu Seung-wan, 2004) todo el mundo caía rendido con esa revolucionaria producción coreana de héroes tocados por la varita celestial e inspirada en una vieja serie de animación llamada Maruchi Arachi (emitida en 1977), Woochi tuvo el honor de rememorar esa espectacular producción, que además iniciaba una nueva era para los CGI de la industria nacional, con una fábula que arranca en tiempos vencidos por la apertura de Asia a Occidente y que se traslada en la contemporaneidad para cerrarla con un gran despliegue de acción marcial. Decimos que es injusto porque la película de Dong-hun que nos ocupa va mucho más allá, no solo al trasladar y situar esa parte de la trama a la Dinastía Joseon (con secuencias más propias del “wuxia” hongkonés), sino que hay un mejor equilibrio y reparto entre las secuencias marciales, cómicas y dramáticas.
Sí podemos convenir es que ambas películas tienen como mismo denominador común el que puedan considerarse como “manhwas” (así se llaman las historietas gráficas en Corea) en movimiento; tebeos narrados en fotogramas que llaman su atención por su empaque visual y su desparrame de efectos digitales. Ambas fueron éxitos de taquilla (cuando terminó su vida de explotación comercial, Woochi se situó por encima de las 6 millones de entradas vendidas), y pueden complementarse en un apetecible programa doble. Puede que prime un poco más la comedia absurda en el filme de Dong-hun. No por casualidad, el juego de enredos amorosos que se medio establece entre el protagonista y su amor platónico (llamada simplemente “la viuda”, interpretada por la ahora sensual Lim Soo-jung) recuerda vagamente al que se plantea en Vampire Cop Ricky (Lee Si-myung, 2006), un alocado largometraje en el que un policía corrupto termina convertido en un “nosferatu” y debe rescatar a su amada de una horda de mafiosos. Aquí “la viuda” se defiende sola, a pesar de caer presa de los hechizos del eterno mago que practica artes ocultas.

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La pretensión de ligar Woochi con esas dos producciones no es gratuita, sino que por un lado pone en evidencia lo que realmente funciona entre las audiencias autóctonas, repitiendo y moldeando fórmulas tipificadas en distintos géneros idiosincrásicos de la propia cinematografía surcoreana del presente y, por el otro, demuestra que en esta nueva potencia económica asiática hay un sequito de filmes cortados por el mismo patrón, nada pretenciosos desde el punto de vista intelectual, que únicamente procuran contentar a unos espectadores que viven en una sociedad muy estresante, y que de vez en cuando se desahogan con amables producciones que mixtifican géneros de forma equilibrada, con el objetivo de gustar a cuanto más perfiles demográficos mejor. Mainstream fácil, seguramente. Y pese a ello, terminamos imbuidos en esta historia de magos cuentistas porque, además de estar bien narrada, no abusa de lo chabacano en sus secuencias cómicas, cuenta con un guión bien elaborado y encima ahonda en un pasado histórico fascinante desde el punto de vista antropológico (aunque solo sea de refilón). Quien no se divierta con esta gozada surcoreana es porque realmente está amargado (que de estos hay bastantes que dicen que les gusta el cine asiático) o simplemente no quieren admitir que en cualquier género se encuentran pequeños placeres como éste para poder desinhibirse de tanta verborrea intelectual de la que a menudo suelen quedar hipnotizados.

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Ediciones disponibles: por suerte se puede adquirir fácilmente en DVD (zona 2) y Blu-Ray (zona B), gracias al esfuerzo de la distribuidora nacional Mediatres, con un excelente master y audio en 5.1.




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