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Surveillance

Un artículo de Eduard Terrades Vicens || 31 / 12 / 2012
Pantalla Invisible

Ponerse en la piel de Jennifer Lynch resulta cuanto menos embarazoso. Aunque más complejo resulta adentrarse en su mente: ¿Cómo puede ser que esta afable cineasta, hija del onírico David Lynch, encare todas sus producciones con una visceralidad, ferocidad y éxtasis desbordantes? Solo conociendo relativamente su pasado reciente, así como sus experiencias personales ante las putadas que le ha hecho la vida, es posible aventurarse a penetrar en sus mundos y valorarlos en su justa medida. Lo que salpica las retinas de los espectadores no es tanto el exceso de fotogramas chocantes, ni la violencia omnisciente en muchos de ellos, sino la retorcida manifestación del mal en su esencia más primitiva. Lo que realmente perturba nuestras miradas es esa sincronía que se establece entre el cinismo de las víctimas y la inocencia de los verdugos. En Surveillance (2008), su retorno profesional al mundo del séptimo arte, lo muestra en todo su esplendor mediante una representación manierista, desbocada y provocadora de la clásica figura del psycho killer de corazón hierático y helador, que para la ocasión se reencarna de forma bipolar en una pareja de agentes del FBI. Una mirada profunda a la génesis del mal por los parajes desérticos de Nebraska.

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El abuso de poder y autoridad como entidad superlativa del dominio de la casta trabajadora, siempre ha sido un buen leitmotiv para las ficciones cinematográficas; ficciones que pueden trasladarse al mundo real o, incluso, basarse en aparentes casos verídicos. Sobra recordar la secuencia humillante y racista de Crash (Paul Haggis, 2004), en la que el policía amargado, interpretado por un recuperado Matt Dillon, hace uso de su fuerza y su jerarquía para intimidar y toquetear a la esposa de un importante productor (Terrence Howard) en medio de una autovía, para luego tener que salvarla días después al sufrir un accidente. Jennifer Lynch utiliza el mismo recurso para, irónicamente, eximir de culpa a dos agentes de tráfico que matan sus ratos libres burlándose de los conductores que transitan por la ruta que suelen vigilar. Los exime porque ante la aparente crueldad que manifiestan hacia sus víctimas (parejas yonkis, familias desestructuradas), deja al descubierto sus patéticas vidas, que solo se sostienen por las fechorías corruptivas. Y es en una de estas bromas pesadas cuando descubren que sus profesiones pueden, por fin, cobrar sentido, servir de utilidad al pueblo al que deberían proteger. Con la perspicacia de una niña, hija de un pobre desgraciado al que los policías intimidan, podrán interceptar una furgoneta sospechosa, en la que podrían estar escondidos dos de los asesinos más buscados de la zona.

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Pero Lynch hija va mucho más allá del simple juego de persecución, pues junto con la ayuda del guionista Kent Harper, recrea este suceso a través de un prolongado e intuitivo flashback que transcurre en el recinto de una pequeña oficina local, con tres personajes vinculados al triste evento (uno de los policías supervivientes, una yonki de mirada colocada y la pequeña mocosa que se erige como un ángel ante la barbarie). Con esos tres puntos de vista, como en el breve relato literario de Rashomon (escrito por Ryûnosuke Akutagawa y llevado al cine por Akira Kurosawa en 1950), cada protagonista ofrece su propia versión de lo sucedido e intentan reconstruir el crimen con la máxima celeridad, mientras dos falsos agentes del FBI observan la situación con aparente neutralidad. Sin embargo, esas tres visiones solo sirven para despistar al espectador (aunque los más perspicaces descubrirán el truco durante la primera media hora) y jugar con los personajes para llevarlos hasta los límites de la desesperación conservando, eso sí, su entereza mental para no causar rechazo en el espectador. Un juego que se apoya en el uso de cámaras de seguridad (de aquí el nombre del filme), instaladas en el recinto casi fortificado de la pequeña comisaría, muy en sintonía con la funcionalidad perturbadora de las mismas y que suele aplicar David Lynch en algunas de sus producciones. Imágenes inquietantes para esconder una violencia subversiva que se va volviendo real y tangible a medida que se descubren las intenciones homicidas de los dos agentes.

Bonnie and Clyde, Mickey Knox y Mallory Knox, Perdita Durango y Romeo Dolorosa, a los que ahora hay que sumar los agentes Sam Hallaway (Bill Pullman) y Elisabeth Anderson (Julia Ormond): endiabladas parejas homicidas que no respetan la vida humana, que solo se mueven por el placer de la sangre, que representan el mal absoluto, no tienen ninguna motivación exacta que haga entender sus comportamientos destructivos. Los violentos desalmados de Surveillance no se mueven ni por dinero, ni por codicia, ni por ninguna vieja rencilla con las fuerzas del orden; simplemente satisfacen sus necesidades primitivas criminales con un juego macabro cuyo escenario y partida se desarrolla entre una comisaría provinciana y las carreteras secundarias circundantes, siendo sus peones las mismas víctimas con las que se habían topado anteriormente y que, sin haberlos reconocido, vuelven a caer en las manos del diablo. Tampoco se trata de un viaje al infierno de la psique humana, pues Lynch no deja de presentar la narración en forma de thriller orgánico, ese en el que la historia se va moldeando a través de los distintos puntos de vista y va construyéndose y mutando a lo largo de su metraje como un “work in progress” infinito. Tal vez esta sea la máxima virtud de un largometraje que intenta imbuirnos de esa maldad, de ese odio postizo, para precisamente hacernos abrir los ojos al final, para despertarnos y recordarnos que solo estamos ante una fantasía erótico-violenta de contornos lynchianos.

Ediciones disponibles: a pesar de haber ganado el premio como mejor película en Sitges 2008, aquí permanece incomprensiblemente inédita. Editada en formato doméstico en Inglaterra, Alemania, Italia y Francia. La edición francesa, que es con la que hemos trabajado, viene con un prolongado making of, un final alternativo y dos escenas eliminadas.



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