Imaginaos una película que se limitase a describir de forma más o menos realista la vida de una serie de personajes marginales, cuyo denominador común es el hecho de ser jóvenes, y que en ningún momento os diera la sensación de estar viendo una película, sino la realidad cotidiana de unos muchachos a los que les sigue una cámara para ser testimonio de sus experiencias diarias. Pues bien, Kakuto (2002) es una producción que se ajusta perfectamente a la descripción anterior, una especie de docudrama sobre la juventud japonesa, sin caer en los típicos clichés pero tampoco obviándolos, y que se limita a mostrar el día a día de unos chicos amparados por la ley del pasotismo juvenil o, en todo caso, de la comodidad de ser joven y de no querer hacer nada productivo.

Con un guión más bien simplificado, la historia se centra primordialmente en la vida de cuatro jóvenes: dos amigos totalmente opuestos (uno con un carácter más bien apacible, llegando a extremos de autismo y cuya novia no le hace caso y, el otro, un chico fashion fascinado por el mundo de las drogas duras); un joven que aspira a ser actor por el simple hecho de que cuando era pequeño intervino en un programa de televisión; y un cleptómano sin demasiadas aspiraciones profesionales. La vida de los cuatro se irá entrelazando, sobre todo en una noche que, con tal de conseguir el mejor éxtasis de la ciudad, acudirán a unos yakuza. Además de estos cuatro personajes, se van intercalando otros chicos que sirven de complemento para un filme con una narración algo caótica y muy nocturna.

Kakuto fue la primera producción dirigida por Yusuke Iseya, popular actor que ha intervenido en películas del director Hirokazu Kore-eda, como After Live (1998) o Distance (2001), y que a su vez este último ha sido el productor de este filme. Iseya, que además interpreta a uno de los personajes, es un realizador relativamente joven que estudió en la universidad de cine de Nueva York, por lo que, por su edad en el momento de su rodaje, pudo expresar de la forma más subjetiva posible su visión más personal de la juventud de su país, sus recientes recuerdos y experiencias vividas en esta época, así como el desencanto a la iniciación del mundo adulto. Por ello se rodea de una serie de jovencísimos actores, destacando Ryo Kase (Outrage). Asimismo, aparece como actor secundario el ya consagrado Susumu Terajima, visto en la mayoría de films de Takeshi Kitano, y que en esta ocasión (para variar) interpreta a un hiperactivo yakuza inducido por las drogas duras.

No hay duda de que Yusuke Iseya pudo presentar esta obra minimalista al adherirse a la nueva generación de directores japoneses que a finales del pasado milenio vieron recompensadas sus labores cinematográficas gracias a la difusión de las mismas en Occidente, mayoritariamente en festivales de cine, pero también al culto que el cine japonés experimentó por parte de cinéfilos y aficionados al cine oriental. Una producción independiente de estas características, salvo en contadas ocasiones, no se beneficia nunca de comercialidad fuera de sus fronteras naturales. Otro de los factores clave para poder apreciar este largometraje es el hecho de que Iseya trabajó como actor en varias producciones de Kore-eda, y precisamente en esta ópera prima hay algunas similitudes, tanto temáticas como estilísticas, que permiten comparar al maestro con su discípulo. Solo cabe recordar After Live (1998), probablemente el film más interesante de la primera época de Kore-eda, en la que una serie de personajes muertos intentaban hallar su recuerdo más importante en la vida, obligándoles de esta forma a recuperar su memoria olvidada; tema principal que es recogido en una escena bastante larga de Kakuto, en la que un personaje intenta recordar donde se le ha caído la droga o cuando los dos viejos amigos se recrean, ante una nube de alcohol, en los recuerdos de cuando se conocieron.

Otro tema abordado por Kore-eda es el de reflejar la realidad a través de una historia de ficción, cuyo mayor exponente es Distance (2001), basada en los hechos reales que conmocionaron Tokio cuando la secta terrorista Shinrikyô esparció gas sarín por el metro. Iseya usa su edad para mostrar su propia realidad, por lo tanto una historia real y cotidiana que conecta, no solo con Kore-eda, sino con la mayoría de directores japoneses de esta nueva generación. Y particularmente del que parece haberse influenciado más es de Shunji Iwai, uno de los máximos exponentes del nuevo cine japonés en tratar todas las facetas de la juventud japonesa de principios del nuevo milenio, con películas imprescindibles como All About Lily Chou-Chou (2001), la obra definitiva sobre el bullying expresada de forma nihilista y desalentadora, pero dejando al final un brío de luz hacía la esperanza. En Kakuto ese nihilismo era consecuente de ese futuro incierto que a principio del siglo XXI se apoderaba de los más jóvenes; de esa juventud parsimoniosa que aspiraba solamente a levantarse cada mañana sin saber que les ocurriría el resto del día (como demuestra la escena final del film) y que de forma consciente deambulaban por las callejuelas de las urbes niponas sin meditar sobre el paso de los años o las múltiples posibilidades que tenían de mejorar sus vidas.