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El Camino del Guerrero

Un artículo de Eduard Terrades Vicens || 20 / 5 / 2013
Pantalla Invisible

Que Quentin Trantino con sus collages cinematográficos ha inspirado a otros tantos realizadores contemporáneos es una realidad, que con su maestría díptica en Kill Bill puso el cine de asiático en el punto de mira de productores, cinéfilos y público mainstream, es un hecho, aunque no es menos cierto que también puso en boga a ciertos repelentes intelectuales que en realidad odian el séptimo arte. Otro tipo de producciones más o menos inspiradas y con un uso megalómano de lo esteticista también han sabido incorporar (con mejor o peor fortuna) en sus relatos, o en su desarrollo visual, parte de los clichés que integran algunos géneros autóctonos de algunas cinematografías asiáticas.

Tal es el caso de El Camino del Guerrero (Sngmoo Lee, 2010), que como su predecible título indica, busca presentar la filosofía que emana del “bushidô” a través de un guerrero solitario (Jang Dong-gun), quien ha huido de un clan de asesinos milenarios del que forma parte junto con un bebé que resulta ser la última estirpe de un grupo rival, refugiándose en un poblado del medio oeste norteamericano asediado constantemente por unos bandidos que trafican con esclavos. Obviamente será perseguido de forma vengativa por su “si fu” (interpretado por el veterano actor hongkonés Ti Lung, mítico rostro de la Shaw Brothers), es decir, su maestro, por desertar.

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Esta mezcolanza genérica reivindica ciertos estilemas históricos del cine asiático, principalmente el “wuxia pian” (lugares mágicos embriagantes que no pueden identificarse con el mundo terrenal, el pasado del guerrero, la deserción, la búsqueda de un corazón al que amar o las enseñanzas marciales; todo muy folletinesco), el “chanbara” y el cine de acción japonés de serie B popularizado por nombres como Atsushi Muroga, Yudai Yamaguchi o Ryuhei Kitamura. De hecho, mucha de la estética, así como la manera de filmar, la planificación o los planos ralentizados, son un calco del estilo de Kitamura, sin contar que el peinado y el carácter que Dong-gun imprime a su personaje es un clon del que interpretó Tak Sakaguchi en Versus. Todo ello tamizado por los paisajes del lejano Oeste americano, por esas aromas del western clásico, que es deconstruido para integrarse en este relato imposible de guerreros voladores contra cowboys, de venganzas y viejas heridas del pasado (la mujer de la que se enamora el guerrero mantiene una pugna con el esclavista).

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A nivel técnico no hay peros que reprocharles, aunque esa falsedad en su fotografía, con unas texturas sintéticas exageradísimas y que para nada se asemejan a la veracidad lumínica de cualquier western (¿pero no hablábamos de una mixtura genérica?), termina por cansar al espectador. Igual que con las secuencias de acción, concentradas casi todas ellas en la última media hora y rodadas con un estilo demasiado cool. Por la falta de pretenciosidad final del producto tampoco eran necesarias. Es curioso porque toda ella, la manera en como está empaquetada (sus recursos visuales, la utilización de los croma, sus anacronismos), recuerda perceptiblemente al filme que Guy Moshe rodó ese mismo año siguiendo la misma inspiración asiática: Bunraku, ese incomprendido largometraje de ensueño marcial construido a base de papiroflexia visual. Tal vez esta última iba un poco más lejos en su percepción genérica, apostando por otro tipo de CGI más elaborados y rebuscando su guión para acercarla a otro nivel intertextual, en el que el guerrero (literalmente un vagabundo misterioso, emulando también así a la figura del “rônin”) representa la bondad absoluta y no es tan ambiguo como el personaje que desarrolla la estrellita coreana Jang Dong-gun (¿alguien se acuerda de su papel en Nowhere to Hide, una de las primeras producciones surcoreanas que llegaron por estos territorios cuando se inició la moda por esta cinematografía asiática).

Puede que ambas deban visionarse de forma conjunta, a la vieja usanza de un programa doble, aunque sin duda alguna la que nos acerca más a ese estilo desvergonzado “tarantiniano” es precisamente El Camino del Guerrero que, sin ser harina de otro costal, nos puede salvar la noche de un sábado cualquiera.

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Ediciones disponibles: editada en nuestro país por Sony Pictures tanto en DVD como Blu Ray, en una edición que viene como extras un cortometraje, doce minutos de escenas eliminadas y un mini documental sobre el proceso de confección de los CGI que aparecen en el filme.



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La sección en donde se dará a conocer obras perdidas del cine, de ayer y de hoy, con el objetivo de que lleguen al espectador con mayores inquietudes cinéfilas

Actualización: Lunes.

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