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Love Will Tear Us Apart

Un artículo de Eduard Terrades Vicens || 10 / 6 / 2013
Pantalla Invisible

Alguna vez hemos mencionado a Yu Lik-wai, un hongkonés que se le ha venido asociando con algunos cineastas chinos de la Sexta Generación al ofrecer sus servicios como fotógrafo. Pero su cinematógrafo no solamente recoge el testimonio fílmico de otros compatriotas, que han requerido de sus conocimientos de fotografía para plasmar esas imágenes de la China contemporánea, sino que sus ansias por ponerse detrás de las cámaras se vieron recompensadas con una trilogía inconfesa que trata básicamente de los problemas sociales que conllevan los movimientos y flujos migratorios del pueblo chino, sea dentro o fuera de sus fronteras naturales. Como buen samaritano que ha cruzado la ex-colonia británica para adentrarse en los confines de la China Comunista, conoce perfectamente la problemática a la que se enfrentaron miles de desplazados que anhelaban la fortuna del Hong Kong inmediato a la devolución del 97 por parte del gobierno inglés.

Esta es la excusa que le sirvió para definir su opera prima y primera incursión de este triunvirato temático: Love Will Tear Us Apart (1999) narra el deambulo constante y el instinto de supervivencia de varios personajes provenientes de la región de Wuhan y Shenzhen por las calles menos reconocibles de la Manhattan de Asia; su proceso de integración no les será fácil y nunca se llegaran a aclimatar ante su nueva condición como inmigrantes de la china continental.

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Varios son los personajes que circulan por esta crónica del Hong Kong post-97, pero básicamente la línea argumental bascula entre un mangante (Tony Leung Ka-fai, que además se encargó de coproducir el filme junto a Stanley Kwan), cuya única salida económica ha sido la de montar un negocio semi-clandestino de alquiler de videos pornográficos, y una prostituta a la que conoce entre los pasillos de su destartalado local, ubicado en unos viejos pisos francos que peligran por su fragilidad estructural. Y por en medio, entre los callejones colindantes, transitan por sus vidas un joven operador de ascensores aun virgen, la antigua amante del malhechor (Liping Lu) y un empleado de uno de esos establecimientos asiáticos de comidas y bebidas que mantienen abierto sus negocios las veinticuatro horas.

Sus idas y venidas transcurren por estrechos pasillos de pisos demolidos por el paso del tiempo y la mala calidad de los materiales con los que fueron construidos, por recovecos y cuchitriles de los mismos y por minúsculas habitaciones que actúan como zulos donde se refugian los protagonistas para vivir nuevas experiencias sociales. Que nadie se engañe, la sombra del Wong Kar-wai de Chungking Express (1994) no aparece en ninguna pared, ni recodo de cámara, ni tan siquiera una persiana abajada por culpa de la incertidumbre económica del Hong Kong de esos años. Aquí los neones no hacen acto de presencia; el polvo gris de las demacradas paredes de yeso tapona todos los poros de los cuerpos de esos inmigrantes sin identidad.

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A pesar de la cara de pocos amigos de Yu Lik-wai y de la cierta monotonía dramática con la que se plantea el filme, el filme aun cuenta con (contadas) escenas en las que el amor, los sentimientos y un aire de desalmada nostalgia hacen acto de presencia para bañar los grisáceos y tenues fotogramas. Otro aspecto que pueda mermar los ánimos de los que piensen que, entre todas sus secuencias grisáceas, van a encontrarse con las bellas panorámicas del “skyline” hongkonés, y que su industria suele ofrecernos, es que precisamente la ciudad, como tal, no se reconoce en prácticamente ningún plano, ni tan solo en cualquier “frame”. Se intuye la bahía de forma difuminada desde una vieja ventana biselada y poco más.

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La voluntad del realizador era la de alejarse de la imagen más turística del Hong Kong pre-especulación inmobiliaria, por lo que los ambientes bien podrían recordar a cualquier otra ciudad industrial china, antes de ser monopolizada por la industria de la construcción. Esta es una de las características principales para adentrarse en un largometraje con algunos momentos sofocantes, pero en línea general algo gélido. Igual que en otras producciones realizadas en esa época, como Made in Hong Kong (Fruit Chan, 1997) o incluso La Caja China (Chen Kaige, 1997), Love Will Tear Us Apart, más allá de contar las vivencias personales de una serie de personajes algo desorientados y que pensaban conquistar un pedacito de ese oasis capitalista, pretende vaticinar los cambios a los que se enfrentaba Hong Kong en las vigilias del nuevo milenio, ya fuesen a nivel económico, político y, por descontado, sociales. La mutabilidad de la isla no fue la única: todas esas ciudades de la china continental quisieron adherirse a aquel proceso de (falsa) reconversión capitalista con grandes centros financieros. Una nueva estructura urbana que como ejemplifica el filme de Lik-wai pretende desplazar a esas clases más desfavorecidas a espacios más marginales o empobrecidos para dar cobijo a una nueva clase media-alta que solo pretende enriquecerse y no conoce el amor.



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