Los zorros son considerados como seres divinos en algunos pueblos del extremo asiático. Son criaturas picaras, que engañan a los humanos y que con sus poderes pueden transformarse y hacerse pasar por uno de ellos para hacer travesuras, conseguir comida o simplemente campar a sus anchas por nuestras villas y ciudades. Cuantas más colas tengan, más poder albergan en su interior. Así, mientras que en Japón se les llama “kitsune” y en China hay los “huli jing”, en Corea del Sud se las conoce como “gumiho”. En realidad, y según el folklore local, estos últimas son unos poderosos zorros milenarios de nueve colas (“gu” / 구 es el carácter de nueve). Bajo este manto mitológico se construye The Fox Family (Lee Hyung-gon, 2006), una extrañísima e inclasificable comedia muy pasada de vueltas que, con muy mala leche, narra la historia de una familia de zorros con ansias caníbales que intentan integrarse en una de estas ciudades surcoreanas de nueva construcción para…¡comerse humanos! ¡Y a ritmo de musical!

Un misterioso circo llega a una ciudad dormitorio, donde están teniendo lugar distintas desapariciones de personas que se han evaporado sin dejar ninguna pista de su paradero. El extraño show corre a cargo de una familia aparentemente convencional, integrada por cuatro miembros a cada cual más estrafalario: un director de pista regordete, una saltimbanqui de corta edad, un clown de imprevisible comportamiento y una bailarina que bajo un aura de ninfómana capta a humanos para fines meramente gastronómicos. Un detective se dedicará a indagar sobre las actividades clandestinas de esos comediantes, mientras que una de sus víctimas intentará escapar como sea de sus garras. Y es que en realidad lo único que buscan es intentar convertirse en humanos siguiendo un rito mágico de los de su especie.

La industria del cine surcoreano no nos ha dejado de sorprender en los últimos doce años, ya sea para bien o para mal. Las comedias románticas, esas cintas de humor negro regional que el espectador occidental no sabe muy bien como encarar y hasta esos thrillers de crueldad extrema planteados como un juego para la supervivencia, han descolocado incluso al más abierto a todo tipo de tendencias cinematográficas. Pero a su favor hay que decir que han servido para presentar a una cinematografía asiática con una tradición histórica por los refritos y las colaboraciones con otras naciones próximas a sus fronteras, además de aportar un poco de originalidad y dotar de una peculiar idiosincrasia a su industria. La cinta que nos aguarda se mueve entre lo bizarro y lo cómico, entre lo terrorífico y lo chabacano. Por este motivo The Fox Family es uno de esos largometrajes inclasificablemente recomendables, a pesar de algunos problemas en su narración, que se resiente principalmente en el nudo de su metraje, afectando a la desalineada historia (el script en si no tiene demasiada lógica, pero no importa demasiado viendo los objetivos cómicos del filme).

Su singularidad como pieza desprejuiciada se apoya en varios números musicales que irremediablemente recuerdan al vodevil, siendo comparada en algunos círculos cinéfilos con producciones en las que también se ha intentado mezclar con mejor o peor acierto la comedia con el bailoteo festivo, principalmente: con The Rocky Horror Show (Jim Sharman, 1975) y The Happiness of the Katakuris (Takashi Miike, 2001), aunque podría defenderse que tiene más puntos en común con The Quiet Family (1998), de Kim Jee-woon (siendo esta última en la que se baso Miike para su remake zombie). Pero como apuntábamos resulta ser una experiencia de visionado tan surrealista que en el momento de su estreno no llegó a convencer del todo a las audiencias locales, por lo que solo llegó a recaudar una cuarta parte de lo que costó. Una lástima porque apuntaba buenas maneras de cara a explotar por futuros guionistas y realizadores afines a este tipo de comedia con elementos terroríficos, pero tanto nos da porque hemos podido recuperarla en formato doméstico y podemos disfrutar de sus burradas visuales y dancísticas hasta que esos “gumiho” consigan, después de miles de años, volverse definitivamente humanos.