Que nadie se engañe, la fiebre por los “mockumentary” y cintas en los que hipotéticamente sus relatos sobrenaturales encontraban su base en dramáticos e inexplicables sucesos reales no se propagó con la aburrida Paranomal Activity (2007). Al menos en Asia. No señores, fueron los nipones y los tailandeses los encargados de crear nuevas leyendas urbanas, apoyándose en muchos casos en macabros crímenes que tuvieron lugar en un pasado reciente de sus historia. Algunos son contemporáneos e incluso están pendientes de ser juzgados. The Victim (Monthon Arayangkoon, 2006) es un largometraje tailandés que juega a dos bandas, entre lo que es ficticio y lo que no lo es, con cierto sensacionalismo, al recrear ciertos crímenes verídicos que han dejado una estela sobrenatural, visible a través de fotografías y psicofonías que son incluidas en su metraje y que, por su calidad técnica, destaca por encima de otras producciones clónicas. Advertencia: los títulos de crédito finales dan mucho más mal rollo que los ciento ocho minutos previos.

La idea central del filme, según su realizador, era criticar y cuestionar la técnica investigativa que utiliza la Royal Thai Police para solucionar crímenes mediante, precisamente, la recreación de los mismos con actores profesionales en los lugares donde fueron cometidos, junto con el presunto culpable, cuando ya disponen de suficientes pruebas como para inculpar al principal sospechoso. También polemiza sobre la verdadera intencionalidad de los medios de comunicación al exponer esas recreaciones violentas en sus principales publicaciones o noticiarios, ya sea en forma de cortos videos informativos que aparecen en los telediarios o fotografías que complementan reportajes redactados con un estilo morboso y que resaltan lo más escabroso. ¿Puro sensacionalismo mediático para vender más periódicos o aleccionamiento a la propia sociedad consumidora de esa prensa rosa y futura advertencia para posibles criminales y asesinos? Una cuestión que queda algo diluida en todo el metraje, pues Arayangkoon no esconde su pasión por el cine de terror y en todo momento se decanta por el género, apoyándose de sustos fáciles, repetitivos, creando además ambientes insanos que deberían espaciarse en su metraje porque terminan resultando demasiado monótonos.

Así, la película se subdivide en dos partes muy diferencias: la primera focaliza en una muchacha que ha estudiado arte dramático y que consigue su primer papel ayudando a la policía a recrear escenas violentas, hasta que en una de esas recreaciones termina siendo víctima de uno de los sospechosos. En este punto, la bobina se detiene, somos testigos de cómo se vela la imagen y vemos a un equipo de rodaje que hipotéticamente es el mismo que está detrás de la película en cuestión que estamos analizando. Y aquí empieza la pesadilla: representando que la actriz protagonista que estaba rodando una futura producción en la que se recrea un crimen violento protagonizado por una bailarina de Likay (el teatro folklórico más popular en Tailandia), y que fue asesinada por envidia de una amiga suya, es poseída por el espíritu rencoroso de la difunta artista que no ve con demasiados buenos ojos ese biopic post mortem.

Esta ficción interna situada dentro de lo que podríamos entender como falso docudrama con aspiraciones comerciales no resulta tan interesante como ese pequeño debate que abre en la primera media hora, en la que plantea sí es éticamente correcto utilizar a jóvenes actrices para recrear crímenes violentos, que incluyen violaciones y asesinatos por culpa de la violencia doméstica. Y no lo es porque además de utilizar todos los clichés del nuevo cine de fantasmas inaugurado a principios del nuevo milenio (aunque de forma muy habilidosa), el realizador se mantiene neutral en lo que aparentemente critica; el espectador no sabe si lo respalda o simplemente es la excusa perfecta para crear una verdadera historia para no dormir. La misma fórmula la repetiría un año después en The House (2007), donde se narran tres crímenes sucedidos durante tres generaciones en una casa de campo abandonada y como las presencias sobrenaturales han provocado que un ambiente enrarecido se apodere de sus inmediaciones, siendo considerado como uno de los enclaves más embrujados de toda Tailandia.

En The Victim también aparecen sitios cuya aura malévola parecen no muy recomendables de visitar (de eso somos testimonios en los antes mencionados títulos de crédito escalofriantes), entre ellos dos lugares de Bang Len (una casa donde una niña fue asesinada por su padre y un hospital abandonado en el que se practicaban abortos ilegales) y la casa a medio construir de Nong Jork, cuyo arquitecto fue apaleado hasta las puertas de su muerte. Por este motivo, y dadas las coordenadas adonde se localizaron algunas secuencias, parece ser que el sensacionalismo también se ha apoderado de la comercialidad del producto que tenemos entre manos. Tal vez debamos contemplarla como una crónica negra de la Tailandia menos turística, que se suma a la lista de películas impactantes y que se inscriben en el thriller sobrenatural (una de ellas, muy recomendable, es Macabre Case of Prom Pi Ram). Todo empezó, claro está, por Shutter (Parkpoom Wongpoom & Banjong Pisanthanakun, 2004), cuyo reclamo comercial eran esas famosas fotos espectrales que al revelarlas aparecían inesperadas apariciones de origen sobrenatural, un fenómeno en alza en suelo tailandés y que se repite en este película rodada por Arayangkoon, cuyo buen “savoir faire” detrás de las cámaras provoca el pavor en un primer visionado. Si queréis ser víctimas de lo que muestran sus fotogramas e iros a dormir temblando a la cama... ¡advertidos estáis!