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Upstream Color

Un artículo de Eduard Terrades Vicens || 14 / 10 / 2013
Pantalla Invisible

¿Cómo se puede hablar acerca de una película de (a priori) ciencia ficción cuando uno al visionarla solo consigue entenderla de forma parcial o solamente pasajes secuenciales muy concretos? ¿Cómo se puede valorar un filme cuya virtud principal es la de desconcertar con imágenes perfectamente encuadradas y filmadas, fruto de la megalomanía musical de su creador, y que muy probablemente contentará a ese público intelectual de nueva cuña? Estas dos preguntas son las que nos formulamos cuando se termina la proyección de Upstream Color (Shane Carruth, 2013), un largometraje alucinado y sugerente que, para bien o para mal, no dejará indiferente a nadie.

La mejor manera de encarar un relato a lo sumo complejo a la par que turbio es dejarse llevar por la pulsión sentimental de sus personajes y por el vertiginoso ritmo a la que su historia es sometida, condicionada por ese tempo acelerado que sigue en todo momento el compás de una banda sonora algo apesadumbrada. Construida por suaves tomas de corta duración montadas según esa música envolvente, promoviendo así un devenir narrativo que viene implicado por el buen uso del score en cada plano, lo cierto es que, y aún prevaleciendo esa tensión rítmica en todo el metraje, la sensación final que da es de tranquilidad y plenitud. Es la poética en sus planos y su fotografía (de la que también se encarga el director, igual que de interpretar al personaje central), su encuadramiento al fin y al cabo, la que hace contrarrestar el agobiante seguimiento de una historia encriptada, en la que seguimos a una pareja que ha sido infectada por un parásito al formar parte de un extraño experimento surgido en la ruralidad y del que ellos no saben que fueron participes. La poesía en su discurso sí que resulta algo pedante, menos creíble, y eso puede llevar a que algunos espectadores se formen una imagen equivocada de su planteamiento y objetivos finales.

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Y es que de hecho hay muchas secuencias construidas por la ausencia de diálogos, siendo sus imágenes las que hacen avanzar la abstracta trama, produciendo así su deslumbramiento visual del que hace gala; todos los fotogramas deslumbran por su pulcritud y su perfecta composición fotográfica. Tanto es, pues, si realmente entendemos algo de su diluido argumento. El que suscribe le costó muchos minutos empezar a vincular parte de lo que estaba viendo con lo que podríamos entender como una trama edificada por una estructura racional, clásica y cronológica. De la reminiscencia de lo vivido y visionado también se vive. Y ésta máxima se aplica perfectamente en esta disgregación entre urbanismo y ruralidad, entre amor y odio por los avances y el mal uso de la experimentación biológica, una metáfora sobre el consumo desproporcionado de porcino como alimento ineludible de nuestras dietas (el foco de infección se transmite a través de un cerdo, siendo una granja el centro de operaciones para ese experimento imposible, en que la protagonista consigue establecer algún tipo de vínculo emocional con la mente de uno de esos mamíferos).

No sé si alguien recordará Primer (2004), opera prima precisamente de Shane Carruth sobre un casual viaje temporal propiciado por cuatro ingenieros (no por casualidad, el cineasta es matemático y ex-ingeniero). Su estructura ya de por si era compleja, imposible de comprender en un primer visionado. Upstream Color le sucede lo mismo, con la diferencia de que tal vez no se necesite de un segundo pase para comprenderla, pues los diálogos no son fundamentales (como sí lo eran en Primer). Sin embargo, un segundo repaso serviría para profundizar en algunos aspectos secuenciales, en algunas fogosas imágenes que pasan demasiado veloces por nuestras retinas y esconden un significado clave para una mejor comprensión de la trama. Resulta mucho más sugestivo aventurarse a descifrar lo que hemos visto en nuestra primera proyección, una experiencia única para un cine diferente, nada acomodaticio y que por desgracia será alabado solo por los “hipsters” más radicales, pese a que detrás de su rebuscado hilo argumental se esconda una historia universal, una historia de amor bañada por una ciencia ficción con cierta pretenciosidad e intelectualidad.

Upstream Color

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Tal vez en los tiempos que corren, en que la comodidad de sentarse delante de la pequeña caja tonta para aborregarse con productos clónicos que no promueven ni la reflexión ni el didactismo, una producción como ésta sea necesaria. Invita a la especulación, a la imaginación, a la indagación de nuevos horizontes para un futuro no tan lejano (aunque sea distópico). Puede que éste fuera el objetivo y la funcionalidad real de su director: ofrecer un logrado filme de profunda resonancia meditativa, contemplativo en algunos momentos y de una profunda carga simbólica en otros. Y sino comprueben su último plano de simbología maternal.



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