¿Cómo una buena idea puede convertirse en un filme regular por culpa de una mala praxis narrativa y una falta de concreción en el diseño de sus personajes? ¿Cómo una interesante premisa inicial puede derivar en una historia tediosa? Lesson of the Evil (2012), una nueva muestra de la hiperactividad del realizador nipón Takashi Miike, sería un buen ejemplo cinematográfico que respondería perfectamente a estas dos preguntas, formuladas con toda la intencionalidad del mundo para desgranar una producción que ahonda su guión en la novela Aku no Kyôten (título original del filme, por cierto) de Yûsuke Kishi. Su narración lo corrobora, su falta de empatía con sus intérpretes lo reafirma. Aún así vale la pena detenerse en este polémico largometraje, que algunos han querido ver como una disertación sobre la violencia de las aulas en suelo nipón siguiendo un poco la estela marcada por Battle Royale, y otros simplemente como una “slasher” de usar y tirar. Sea como sea, en ella se encuentran algunos de esos ingredientes que tanto gustan a los amantes del cine extremista y extremado del extremo oriente. Lástima que estén mal cocinados.

Que es excesiva en su metraje por su sintética trama, sí. Que hubiera necesitado de otro cineasta para evocar mejor el sentido estrictamente polemizado de la obra original, también. Que seguramente con otra estructura mucho más adecuada a otros tiempos de Miike hubiera ganado en velocidad y ritmo, pues muy probablemente. Sin embargo, no toda la culpa se le puede achacar al realizador más hiperactivo de todo Japón (aunque esta etiqueta también se le puede colgar perfectamente a Sion Sono), pues en mayor parte la poca profundidad de la inmensa mayoría de los personajes que pululan por su alargado metraje (sobre todo de los secundarios, que son muchos) no sólo es una consecuencia directa de una mala gestión dramática, sino también de la ineptitud interpretativa de muchos de sus figurantes. Sólo se salva uno y por suerte es el protagonista: Hideaki Itô, que en su camino hacia los cuarenta está dando actuaciones más que sobresalientes. Para la ocasión interpreta a un respetado y bien valorado profesor de inglés que acaba de llegar a la típica “high school” nipona y en pocos días se gana la confianza de todos sus pupilos. Lo que ignora todo el personal docente y los propios alumnos es que detrás de ese afable maestro se esconde un esquizofrénico psicópata que pretende llevar una masacre en el instituto. Cuando se quita la careta de bonachón se le aparece ante él un demonio de mitología nórdica que le indica lo que debe hacer para destruir el reino de Odín (que para él es la perfección de la sociedad japonesa, o eso se interpreta viendo los conflictos internos del malogrado profesor…). Un pirado, vamos.

A priori un argumento interesante y más cuando en alguno de los flashbacks vemos los orígenes malévolos de ese asesino en serie. Manipular a sus alumnos para que entren en su juego maquiavélico también forma parte de su estratagema, incluso seduce a una muchacha que parece ser la única persona a quien pretende salvar de la injustificada purga. El problema recae, pues, en que todos los niñatos no tienen ni una pizca de gracia, ni profundiza en sus vidas en lo más mínimo como para que nos interesemos por ellos y sintamos un poco de compasión y pena cuando son masacrados. Se limita a trocearlos en unos cuarenta minutos clónicos, a base de escopeta, con una frialdad que aburre y sin una pizca de ingenio (algo que siempre se agradece en cualquier “body count movie” que se precie). Es en su primera hora cuando debería haber ahondado en la vida de esos “teenagers” con las hormonas disparadas; por el contrario no sucede prácticamente nada y está rodada con un ascetismo desesperante.

Si antes mencionaba a Sion Sono no era por casualidad, pues siendo un tipo de historia en que la violencia naturalizada penetra en un ambiente cotidiano, para dinamitar el bienestar de la sociedad japonesa (algo que aludíamos anteriormente como respuesta violenta del profesor sociópata), seguramente el realizador de Love Exposure hubiera encarado y estructurado mejor la escaleta argumental central. Sono sabe como perfilar y dinamizar a personajes enfermizos (algo que Miike también sabía hacer en sus años mozos), tocados por la vara de la locura, y seguramente hubiera rebuscado aún más en el pasado turbio del protagonista hasta límites inmorales y obsesivos. ¿Puede que Miike simplemente quisiese divertirse rodando una especie de pequeño “slasher” sin pretensiones? Podría ser, aunque las siempre ansias comerciales de la Toho (su productora) la sitúan más cerca de ese blockbuster que irremediablemente generará una franquicia (así se vaticina en el “to be continued” del final) que no de una crónica sociológica sobre la violencia subversiva de la sociedad nipona contemporánea (como suele brindar Sono). Lo que nos da a entender es que Lesson of the Evil es un producto de encargo más destinado al público juvenil japonés, que es extenso, variado y consumista hasta límites insospechados, igual que esas pobres almas en pena que intentan esconderse en algún recoveco del edificio al que han sido apresados para salvarse de ese camaleónico y atractivo asesino en serie.