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Livide

Un artículo de Eduard Terrades Vicens || 27 / 1 / 2014
Pantalla Invisible

“Lívido (que no Libido…): adjetivo que describe una persona con una fisonomía blanquecina, intensamente pálida, amoratada, apagada, marchitada, desvaída, etc”. Esta definición sirve perfectamente para introducir el filme que desmenuzamos esta semana: Livide (2011), cuyo título pone de relieve los personajes que nos encontraremos e incluso deja entrever por donde irán los tiros. ¿Qué tipo de seres pueden padecer una anemia tan fuerte hasta dejarlos la tez tan blanca como una hoja de papel? Piensen mal y acertaran. Julien Maury y Alexandre Bustillo, “enfants gâtés” del cine de terror galo contemporáneo y responsables de una de las cintas más polémicas y valientes de la última década (À l’Intérieur, inédita por aquí), firmaron una cautivadora y posesiva historia de amor maternal (como en su mencionada opera prima), con ecos próximos al “dark poetry”, lo que fascinará a esas audiencias receptivas a esta corriente subscrita al gótico actual. Una visión nada romántica y complaciente de esa utopía deseosa que tienen muchos humanos de permanecer vivos hasta el fin de los tiempos. Y es que el pasaje a la vida imperecedera… ¡cuesta sacrificios eternos!

Livide.

Livide.



Independientemente de su trama, lo más destacable de esta macabra historia, en la que se evoca la inmortalidad como una quimera para perpetuar y engrandecer las riquezas individualistas de un ser, es su iconografía enrarecida: desde la mansión lúgubre y gótica (más propia de una película de la Hammer, a pesar de que la arquitectura expuesta y las pertenencias de sus habitaciones intenten adecuarse al período ilustrado francés), hasta la taxidermia como recurso obsesivo para asustar al personal, pasando por todo el instrumental quirúrgico que va apareciendo a lo largo del metraje (la manera en como éste es utilizado, puede hacer apartar la mirada de los más susceptibles). Es este material quirúrgico el que nos permite adentrarnos en su rebuscado argumento: una practicante recién licenciada acompaña a una enfermera de pueblo a suministrar medicamentos por aquellas viviendas cuyos inquilinos no pueden desplazarse a consecuencia de sus dolencias físicas. La sorpresa se la lleva cuando acuden a una mansión apartada, cuyas leyendas urbanas han venido maldiciéndola porque antiguamente había sido una academia de ballet en la que se sucedieron extrañas desapariciones de niñas, y descubre que en ella aun vive su rica heredera: una mujer que es mantenida en coma mediante transfusiones, respetando su voluntad que dejó escrita mientras estaba consciente. Ni corta ni perezosa, la practicante reunirá a su novio y al hermano de éste para intentar encontrar la habitación donde la anciana guarda el relicario y así poder expropiárselo con tal de hacerse ricos. Para ello merodearan por la mansión en una noche de luna llena hasta que por error abran la caja de pandora y con ella un sinfín de horrores. ¿Y si la vieja decrépita fuera la antigua dueña de la academia de ballet? ¿Y si la enfermera simplemente hubiera estado manteniéndola sedada con el objetivo de preservar su legado y secreto familiar, incluyendo su mayor tesoro, que no se trataría de otra cosa que de su vampirizada hija?

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Ya tenemos el “leit motiv” central: el legado de una familia de “nosferatus”, que desafían la luz diurna; también el amor extremo de una estricta madre que procuró evitar ser descubierta por los aldeanos de la época y que ha venido perpetuando su proteccionismo maternal, haciendo que una esclava secuestre a niñas para poder seguir alimentando a su retoña y buscarle una nueva alma para que logre convertirse en una humana. Pero todo proteccionismo termina siendo insano, todos los extremos se tocan, y la hija autómata, como una adolescente en celo, se revelará contra su madre, ayudada por la universitaria. En parte, pues, tenemos una reinterpretación muy libre del Drácula de Bram Stoker, en clave femenina y con el añadido que se plantea su descendencia como criatura inmortal, siendo en este caso un híbrido entre una vampira y una zombie (del mismo modo, los seres monstruosos que aparecen también siguen esta hibridación, niñas asesinadas que ha ido reviviéndolas como marionetas, quitándoles sus fluidos hemoglobínicos para dárselos de comer a la hija que quiere preservar). Sin embargo, las prácticas alquimistas y los fuegos fatuos en nocturnidad que rodean la mansión recuerdan a la prosa oscura de Lovecraft. Las fuentes literarias son presentes en todo momento, lo que unido a la poesía oscurantista que como corriente toca temas que se reflejan en el filme, nos da una aproximación certera del espíritu que respira por los poros de cualquiera de sus fotogramas.

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Por otro lado, a nivel cinematográfico, han conseguido desvincularse del salvajismo de su anterior propuesta y, aun conteniendo ciertos momentos de “disgusting” sangriento, se decantan por el horror más atmosférico, meditado, igual de efectista, más poético… Algunos querrán ver influencias del Suspiria (1977) de Dario Argento y las dos primeras sagas de Rec, y razón no les faltará, incluso del cine de terror asiático del nuevo milenio. Pero su búsqueda constante de mesclar e integrar subgéneros del “fantastique” y terror (las “haunted house”, el “giallo” italiano, el gore de nueva cuña europea, el esoterismo y la alquimia, etc.), la hace merecedora de una autonomía propia, convirtiéndose en una sinfonía melodiosamente terrorífica y bellamente ensombrecida por el destino trágico de sus personajes. Su radicalismo, pues, se halla más en su concepción que no en su forma. Livide es, en su resumen, un nuevo esfuerzo por parte de sus creadores de mostrar el sentimiento puro del amor maternal mediante un cuento de fantasía sombría, en que la inmortalidad juega un papel decisivo en el pathos de la historia. Aterradora y gélida a la par que subyugadora y sugerente, con un desenlace final descorazonador, triste y lívido.

Ediciones disponibles: editada en Francia e Inglaterra, tanto en DVD como BD, en ediciones especiales repletas de extras. Existe un pack francés que (incomprensiblemente) viene acompañada con el filme Territoires (Olivier Abbou, 2010), otra producción extrema (y olvidable) del que ha sido llamado nuevo cine de la crueldad francés.



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