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The Berlin File

Un artículo de Eduard Terrades Vicens || 03 / 2 / 2014
Pantalla Invisible

¿Puede que una de las producciones surcoreanas más taquilleras del pasado año transcurra entre los callejones de la capital alemana? Sí, y no solo eso, sino que es la excusa para montar una trama de contraespionaje con sus vecinos norcoreanos, sin que en ningún momento se pise su territorio. Las audiencias surcoreanas sucumbieron ante la trama político-conspiranoica The Berlin File (2013) y su elenco de estrellitas nacionales que magnifican un relato mil veces expuesto en pantalla grande. La última película del algo sobrevalorado Ryoo Seung-wan (Arahan) centra toda su atención en una premisa harto vista en otras cinematografías y, por ende, de la industria de Corea del Sur, añadiendo como recurso dramático esa ambivalencia emocional muy propia de los pueblos del extremo asiático en la que la dualidad sentimental afecta la toma de decisiones individuales. Este recurso engrandecerá una trama compleja y a la mayoría de los personajes que circulan por ella, afectando especialmente a su protagonista principal cuando se debata entre servir al país que representa, es decir, Corea del Norte (el deber moral) o guiarse por sus instintos personales para salvar el pellejo y el de su futura familia (el deber personal). Un thriller de acción conspirativo con muchos personajes que van tejiendo una telaraña de la que el espectador fácilmente se enreda dada su factura técnica y su ritmo incesante. Y, porque no, también por las caras bonitas que aparecen en él.

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El arranque: una operación de tráfico de armas termina fallida por culpa de la incursión de un agente norcoreano que la pone patas arriba en un céntrico hotel de Berlín. El proseguimiento: este gélido agente (Ha Jung-woo) esconde un secreto, mientras su esposa (Gianna Jun), una joven norcoreana que pasa información al consulado de sus camaradas, decide abandonar sus tascas “profesionales” cuando descubre que se ha quedado encinta, al mismo tiempo que otro agente (Han Suk-kyu), del servicio de inteligencia de Corea del Sur, intenta destapar la operación, y otro, del servicio norcoreano e hijo de un poderoso militar, pretende cargar a la parejita la frustrada operación de contrabando de armas para conseguir el puesto de embajador de su país en la capital alemana, aun sabiendo que él fue el responsable del tráfico ilegal. La operación encubierta: el secuestro de la espía embarazada como moneda de cambio para que se entregue su novio, el ambiguo agente norcoreano, y así hacerlo servir como chivo expiatorio. La resolución: un “tête à tête” entre el gélido agente y el espía surcoreano para poder salvar a la muchacha y esclarecer el embrollo político y conspirativo.

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No os asustéis, tampoco es tan compleja (ni tediosa) como sí lo era El Topo (Tomas Alfredson, 2011), sino más visceral. Sin embargo, es de esas producciones que en un segundo visionado te permiten profundizar acerca de algunos datos meramente socio-políticos que pueden pasar desapercibidos porque son emitidos por personajes secundarios de forma veloz; son diálogos superfluamente de relleno que al procesarlos en un segundo pase ves que están perfectamente integrados y justificados en la trama central. También para entender algunos de estos personajes secundarios que, por momentos, no sabes que narices hacen cuando aparecen en escena, aunque todos terminan siendo necesarios, ni que sea para que sean borrados del mapa de la forma más gratuita y efectista, confirmando así el gran espectáculo que pretende ser el filme y su adhesión a los terrenos del blockbuster de acción, con un cuidado artístico de suprema calidad. En todo caso se recomienda verla con la máxima concentración posible. Aunque al final, haciendo honor al concepto de superproducción “mainstream”, todo resulta más fácil de encajar que en la primera media hora de metraje o, mejor dicho, en los veinte minutos siguientes a su adrenalínica introducción, con todos los clichés posibles del thriller contemporáneo. A veces percibes una intencionalidad real de complicar la trama con tecnicismos superfluos para adecuarla a los complejos thrillers que cada año inundan las pantallas de nuestras carteleras; siendo Corea del Sud un país exportador de séptimo arte, resulta comprensible esta uniformidad formal con otra cinematografía que todos tenemos en la mente, es decir, la norteamericana, intuyéndose incluso ecos lejanos de la trilogía de Bourne.

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En realidad, como exponía, todo es más sencillo de lo que podemos presuponer, pues no deja de ser el típico largometraje de contraespionaje, como ya habían firmado otros realizadores surcoreanos, pero con el ingrediente añadido que se entremezcla con una historia de amor fatalista (estos vínculos afectivos entre espías ya se habían insinuado en otras superproducciones pertenecientes a la nueva ola cinematográfica surcoreana). Ejemplos directos los tenemos en Shiri (Kang Je-gyu, 1999), JSA (Park Chan-wook, 2000) y Doble Agente (Kim Hyeon-jeong, 2003). Todos son ejemplos sonsacados de la pasada década gloriosa de la portentosa industria de cine surcoreana, que de hecho fue cuando Seung-wan impulsó su carrera profesional. Lo mejor es que gracias a este amor exasperado asistimos a un clímax final grandilocuente, enfático en el armamento de bajo y alto calibre y algo de pirotecnia explosiva, cuyo esteticismo remarca la pretenciosidad de su creador por ofrecer una gran traca final en el último acto de la función. La actitud del protagonista, para salvar, en definitiva, tanto a su amada como su honorabilidad de espía, influye en la resolución del relato conspirativo y se decanta hacía ese pathos teatral en el que se resaltan los valores del coraje, la hermandad (el compatriota enemistado, al final decide respaldarlo, tanto en la acción física como burocrática) y el amor puro (valores presentes en, curiosamente, la época buena del “heroic bloodshed” hongkonés y que ya habían sido recuperados para confeccionar el héroe mártir de El Hombre Sin Pasado, otra producción de acción surcoreana reciente, algo descarnada, y que ya reseñe en su momento).

Con todo, parece que Seung-wan haya perdido un poco su personalidad, que no el pie del acelerador, aunque al ser un cineasta muy versátil, esta pérdida de identidad estilística no debería ser contemplada desde la negatividad, pues su búsqueda de nuevos recursos visuales que hagan engrandecer su cine y su perfeccionamiento técnico, largometraje tras largometraje, demuestran una actitud de auto-superación, respaldada por una constatada madurez evolutiva en su discurso. Al tratarse de un thriller convencional, puede que sea menos resolutiva o más previsible que en sus primeras producciones, en tanto que su escaleta argumental central ya la hemos visto en infinidad de ocasiones. Eso no quita sus méritos esteticistas en su puesta en escena, ni su acertada visión conceptual, equilibrando y dividiendo su compleja trama en dos partes claramente diferenciadas y segmentadas por cada una de las horas de metraje que conforman así la totalidad del filme (la primera, más analítica, la segunda, más plástica). Ningún plano sobra, todas las tomas son aprovechadas y cobran sentido en la historia global una vez sus fotogramas son ensamblados y una secuencia dictamina el devenir de la siguiente. Su pericia técnica vuelve a ratificar, pues, que Seung-wan tiene talento y es este uno de los motivos por los que sigue cautivando a las audiencias, tanto regionales como internacionales. Por lo tanto se le puede exculpar de aplicar cierto formulismo repetitivo (que ya se apreciaba en su anterior The Unjust) y es que, en definitiva, ha sido uno de los blockbusters surcoreanos del año, y a pesar de saberse que el criterio del espectador siempre es relativo a la hora de valorar un filme, tanto desde su vertiente técnica como artística, no deja de ser su cliente principal. Y el cliente, como suele decirse, siempre tiene la razón. Y en este caso la razón nos la dan sus 7 millones de entraditas vendidas. Eso sí, vendidas lejos de suelo berlinés.

Ediciones disponibles: editada en nuestro país impecablemente por la compañía Mediatres Estudio, tanto en DVD como Blu Ray.



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