Yuen Woo-ping es uno de los coreógrafos marciales más conocidos en Occidente, en parte por su contribución definitiva a que las secuencias de acción de la trilogía Matrix pudieran llegar a buen puerto sin que nadie saliese herido. Obviamente, es toda una institución en la ex-colonia británica y su labor no solamente se ha extralimitado a la supervisión de las secuencias de acción de los largometrajes más importantes de este oasis capitalista, sino que es considerado uno de los cineastas clave para el desarrollo de la industria cinematográfica hongkonesa en la década de los 80 y 90. Después de refugiarse unos cuantos añitos en Hollywood para encargarse de las escenas de acción de algunos bodrios considerables (obviaremos su más reciente contribución en Man of Tai Chi porque es un insulto a esta arte marcial que data del siglo XV), retornó a su tierra natal para hacerse cargo de True Legend (2010), un iconográfico “wuxia pian” que magnificaba a un auténtico héroe marcial local.

Básicamente lo que se cuenta en True Legend son las vicisitudes de Su Can en clave fantasiosa, pues no deja de ser un “wuxia pian”. Este respetable maestro heroico fue uno de los fundadores del “wushu”, además de ser el forjador del estilo conocido coloquialmente como el puño borracho. Este estilo marcial se dio a conocer en Occidente mediante esas historietas fílmicas en las que aparecía un “si fu” (maestro en chino) practicando la técnica en estado ebrio, por este motivo no han sido pocas las ocasiones que se ha venido considerando a sus practicantes como “monos borrachos”. Compañías como la Shaw Brothers, la Golden Harvest o la Seasonal Film fueron las encargadas de introducir a este borrachín empedernido en sus producciones. ¿Quién no recuerda al bueno de Jackie ofreciendo sus dotes ebrias en El Mono Borracho en el Ojo del Tigre? (no por casualidad, fue dirigida por Woo-ping, junto a Hsu Hsia).

El monje borracho

En la producción que nos ocupa, el simpático maestro hace acto de presencia como protagonista principal en dos historias claramente diferenciadas por el paso del tiempo o, sí se quiere, a través de dos mediometrajes en los que el personaje (al que da vida en ambas Vincent Zhao) evoluciona su técnica a medida de ponerla en práctica una y otra vez. En la primera, asistimos a su caída y posterior entrenamiento espartano a manos de un monje taoísta: a consecuencia de varias disputas familiares y bastardías varias, Su Can debe rescatar a su hijo de las manos del hermano de su esposa, pereciendo ésta última después de que sea enterrada viva y no logre sobrevivir. Mientras que en la segunda, el maestro borracho hace ostentación de su nombre y posición marcial por dos motivos: el primero porque se ha convertido en un “homeless”, cuya medicina es el vino barato; y el segundo porque, después de ser asilado por un antiguo camarada, decide participar en un torneo de artes marciales para glorificar las artes marciales chinas ante la amenaza del boxeo occidental (el patrón inglés está interpretado por el desaparecido David Carradine).

Nada que no hayamos visto en anterioridad. De hecho, la segunda parte es una banalización de la historia real que se contaba en Fearless: Sin Miedo (Ronny Yu, 2006), donde Jet Li encarnaba a Huo Yuanjia, otro maestro que por aquella época desafió a las autoridades extranjeras con su estilo “mizongquan”. Sin embargo, lo que marca la diferencia con otros productos similares son algunas de las escenografías concretas que adornan y refuerzan la magia del género o la originalidad de los combates, como por ejemplo el palacio celestial donde Su Can se refugia en su imaginación para entrenarse a manos de un monje taoísta y su discípulo (vagamente inspirado en Sun Wu Kung) o el claustrofóbico enfrentamiento entre las paredes de un pozo y que en realidad es la guarida para centenares de serpientes. También la dramatización del matrimonio en el primero de los relatos para intentar no perder la cordura y poder rescatar a su hijo marca un tono más serio y promueve una historia un poco más elaborada, partiendo del esquemático argumento que suelen tener muchos de los “wuxia”, cuyos relatos están enfocados a describir y elogiar la figura de un maestro en concreto que, por el motivo que sea, su contribución a las artes marciales sirvió para que escribieran una página de la historia china.

También la contribución de Michelle Yeoh, interpretando a una naturalista especializada en medicina tradicional, refuerza el “phatos” que la guionista To Chi-long le ha querido verter a la historia, ya que a pesar de que no haga ostentación de sus dotes marciales es la responsable de acoger el matrimonio después de que hayan sido abatidos por vez primera por el hermano de ella y fueran arrojados al Río Amarillo, y de aconsejar a Su Can sobre como debe encarar el proceso de recuperación. Puede que no pase a la historia como el mejor “wuxia” (aunque sí que pasará a la historia del cine por ser una de las últimas contribuciones de David Carradine, pues al poco de terminar de rodarla fue encontrado muerto en extrañas circunstancias en un hotel de Bangkok), pero sí algo le pedimos siempre a una producción que pertenece al género por antonomasia de la cinematografía china es que cumpla con los estilemas que lo definen, eso es: personajes arquetípicos, romanticismo exasperado, personaje estrafalarios, ritmo incesante y, sobretodo, guerreros que desafían la ley de la gravedad con el uso de la técnica de cables. Y de todo ello hay en ella, aunque su pretencioso título promocional indique lo contrario.