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The Complex

Un artículo de Eduard Terrades Vicens || 02 / 6 / 2014
Pantalla Invisible

Hideo Nakata regresa a su país, regresa al horror que lo catapultó a la fama, regresa al género del “j-horror”, del “neo-kaidan eiga” (los renovados filmes de fantasmas) que impulso a finales de la última década del siglo pasado. Y lo hace para certificar que es todo un veterano en la materia y que huye del reduccionismo pueril de las películas espectrales actuales confeccionadas para que los “teenager” sin criterio las consuman una detrás de otra.

The Complex (2013), su nueva incursión a los mundos sobrenaturales idiosincrásicos de la cultura nipona, ratifica que su cine está destinado al público adulto al conyugar con mejor o menor acierto elementos cotidianos de las atrafagadas vidas de sus conciudadanos con ciertas maldiciones estancadas que solo pueden ser combatidas mediante ritos religiosos. Su templanza rítmica no será del agrado de las nuevas generaciones, pero precisamente ésta es la razón que invita a reflexionar sobre la importancia de los galones en la industria del cine japonés actual y el porqué de la decrepitud del mismo, abonado a historias sintéticas cuya puesta en escena queda supeditada a los cansinos CGI y sus artificiales y gélidos ambientes infográficos. Nakata sigue apostando por la escenografía real (la que de verdad asusta porqué podemos mimetizar con ella) para crear una historia, con ciertas limitaciones en su trasfondo sobrenatural, ubicada en un bloque de apartamentos menos lúgubre del que nos tiene habituados.

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Parece que nadie se acuerda de cuando el cine de horror asiático, importado en un primer momento (y en un período de tiempo muy corto) únicamente desde Japón, rompía discretamente las taquillas mundiales. Nakata fue uno de los máximos responsables con títulos memorable como The Ring (1998) y su continuación o Dark Water (2002). Todas ellas curiosamente basadas en los relatos del maestro del misterio Kôji Suzuki y abocando por el terror minimalista, en el que el mundo analógico aun convivía con el digital por miedo a quedar engullidos por él. Éste era uno de los “leit motiv” del j-horror del nuevo milenio: el miedo a las nuevas tecnologías, por las pantallas de ordenador, por los móviles, por internet y los campos electromagnéticos. Todo ello mezclándose con las “toshi densetsu”, es decir, las leyendas urbanas surgidas en los recovecos de las grandes metrópolis niponas.

Nakata quiso importar la fórmula en Occidente, con su minimalismo escénico, rodando algunos filmes con componente sobrenatural según los cánones del cine “mainstream” y perdiendo su estilo característico de agobiar mediante la insinuación, apoyado siempre por una banda sonora intrigante (en sus producciones japonesas siempre de la mano del creador de sonidos atmosféricos Kenji Kawai). Sin embargo, la jugada no le funcionó como él quisiera, en parte porque los productores solamente buscaban asustar al espectador, cuanto en realidad su discurso fílmico va mucho más allá del simple estremecimiento momentáneo.

Su idea es presentar como real una situación trágica enlazada con algún hecho reciente y como una serie de personajes que no tenían ningún vínculo con ese contexto dramático terminan engullidos por ella al haber interactuado por pura casualidad. Todos sus relatos vienen subyugados por una melancolía que afecta a quien recibe la maldición, y cuyo sacrificio siempre es obligado para salvar a una tercera persona. La esencia de éste aforismo temático la encontramos en la mencionada Dark Water. Para The Complex ha decidido repetir el mismo esquema, la misma estructura dramática, con la diferencia de que han pasado casi catorce años con aquella; las nuevas tecnologías se han apoderado de nuestras vidas y su manera de concebir un relato a través del mundo analógico puede verse como de desfasado.

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La realidad es que cuestionar su maestría está fuera de lugar. Saber apreciar su buen hacer como realizador ya es otro tema. The Complex es una buena muestra de cómo explicar un pasaje traumático de una joven con imágenes, sin recorrer a diálogos en tercera persona, con elegancia y refinamiento visual. La historia de una chica que arrastra un trauma desde bien pequeñita después de padecer un accidente de automóvil con su familia y que siendo universitaria se refugia en un bloque de apartamentos en que la presencia del espíritu de un anciano, que merodea por el lugar después de permanecer su cadáver olvidado en una de las viviendas, advirtiéndole de la peligrosidad de otra entidad posesiva y maliciosa que también circunda por las inmediaciones de ese barrio residencial, le harán rememorar esas dolorosas vivencias adormecidas en su subconsciente, no debería ser visto como una historia carca, anquilosada en los recursos argumentales de los año 90. Más bien debería contemplarse como un ejercicio de estilo (de otro tiempo si se quiere) entorno a un tipo de narración y de relato que ahonda sus raíces en el folklore místico de su cultura y radiografía el urbanismo y arquitectura de su país.

También nos recuerda que, antes de que el cine fuera únicamente pantallas verdes, la escenografía era una de las partes más significativas a la hora de llevar a buen puerto una trama, especialmente cuando la historia se apoyaba de ella. Por lo tanto, el hecho de que plantee sus relatos rodándolos en escenarios reales mediante localizaciones que pueden resultarnos familiares (de acuerdo, para nosotros no porque transcurren en Japón, pero para las audiencias niponas sí) no debería ser visto como una antigualla del cine moderno, sino una verdadera extensión de nuestros mundos en la gran pantalla, de palpar la realidad a través de personajes que sufren vivencias extremas, punzantes, con las que podemos sentirnos identificados más allá del componente sobrenatural.

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Y aún así, los fantasmas que aparecen en The Complex no dejan de ser reminiscencias traumáticas del subconsciente que, una vez vuelven a aflorar por culpa de una situación extrema, terminan confluyendo en un estado de catarsis. Además, y como coletilla cultural, se muestra uno de los ritos de purificación del Sintoísmo, así como algunos de los objetos sagrados pertenecientes a la religión nativa de Japón, para alejar las malas presencias espectrales de cualquier mortal.

Puede que su hermetismo folklórico y religioso dificulte su entendimiento o sea un obstáculo (el estancamiento del mal, vinculado a lugares cerrados que acumulan energía negativa o la humedad característica y agua encharcada como puertas de las entidades maléficas), pero con un poco de esfuerzo e interés y contextualizándola al urbanismo nipón, se llega a comprender y a gozar sin los problemas que puedan ocasionar esas barreras culturales. Nakata no busca el susto fácil, siempre cerca la manera de incomodar con “algo” que desde el más allá altere el mundo terrenal, del mismo modo que pretende perturbar nuestras vidas sin caer en el entretenimiento reduccionista. Romper el acomplejamiento del “establishment” industrial del cine de terror japonés. Su rango de veteranía, su excentricidad fílmica prosigue en The Complex que, aun sabiendo que no pasará a la historia del cine mundial, se encuentra entre lo mejor del género de las últimas temporadas.

Ediciones disponibles: editada en Inglaterra en DVD por el sello Koch Media.



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