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La homosexualidad en el cine taiwanes

Un artículo de Eduard Terrades || 03 / 5 / 2010
Pantalla Invisible

Taiwán ha sido una cinematografía relativamente invisible hasta hace pocos años, y menos tangible ha sido su cine que describe el colectivo gay que, si en los países desarrollados aún padecen discriminación social, es fácil imaginar cómo viven en un país en el que hasta hace 20 años dominaba un orden dictatorial gubernamental como fue el “kuomintang”. Dos producciones, Blue Gate Crossing y Formula 17, intentaron paliar esta situación en el cine taiwanes de forma destacada.

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A principio de los 90, Ang Lee aportó su granito de arena retratando a un gay de su nacionalidad en pleno Manhattan en El Banquete de Boda (1993), por la que ganó el Oso de oro en Berlín. La película recorre las peripecias de un emigrante taiwanés de clase mediana que se instala en pleno corazón financiero de Nueva York; soltero, sin dinero y homosexual, siente una fuerte presión por parte de sus padres, ya que le insisten constantemente en que encuentre una mujer para casarse. Al estar rodada fuera del territorio de la antigua Formosa daba la sensación de que no se incidía demasiado en la población homosexual autóctona de la isla, pero fue un buen contacto con ese segmento de la población que muy probablemente vivía una doble vida sentimental y sexual.

Debería pasar una década y, coincidiendo con la tercera nouvelle vague de la cinematografía taiwanesa a principio del siglo XXI, para que surgieran algunos productos que mostrasen sin tapujos el mundo gay. Aún así, no fueron demasiados los interesados en reflejar la homosexualidad del Taiwán contemporáneo, sin caer en las garras del porno duro clandestino (¿o no tanto tal vez?). Tsai Ming-liang mostró esa realidad de la industria pornográfica “made in Taiwán” en la polémica El Sabor de la Sandía (2005), cuyo protagonista (y divo escénico) Lee Kang-sheng le sacaba pluma a su andrógino cuerpo postizo en un número musical con agua, falsos disfraces de reptiles y mucho ambiente naif. Deberían ser dos películas diametralmente opuestas las que retrataron la problemática del homosexual en un Taiwán en aras de abrirse a los nuevos tiempos: Blue Gate Crossing (Chin-yen Yee, 2002) y Formula 17 (Chen Yin-jung, 2004).

La primera fue concebida como un drama para un público más selecto, el que aviva en festivales, y no deja de ser un claro exponente del cine de autor de esta cinematografía fabricado con delicada precisión sentimental. El realizador nos expone a través de un triangulo amoroso el mal de amores que sufren una lesbiana, enamorada de su amiga, y como ésta última asimismo está prendada de un chico de su clase que se enrolla con su otra amiga… Si hay algo que merece destacar de esta producción es su concisión a la hora de explicar el relato, y su ajustado metraje, pues en poco menos de ochenta minutos muy aprovechados resuelve el triangulo sin contratiempos argumentales ni fisuras narrativas.

Formula 17 es una opera prima de una pionera compañía independiente taiwanesa, optando más por la comedia alocada adolescente, que no por la visión social del gay afincado en la pequeña isla alargada. Además, hay una constante obsesión en retratar esos rostros de porcelana con tal de seducir al público femenino. Mucha mala uva, gags que funcionan a medias, y un exceso de testosterona y admiración por los cuerpos serrano y el mundo gay en general, que provocan el efecto contrario al deseado. Todo esto y más para acaparar la atención máxima del público autóctono, con el objetivo principal de reflotar el blockbuster nacional. Y lo logró. Su productora, Three Dots Entertainment Company, se puede sentir orgullosa, pues cosechó una de las mayores recaudaciones de toda la historia del país, permitiéndole rodar una segunda producción (The Heirloom, esta vez de terror) que no tenía nada que ver con su primera apuesta comercial.

Tres muestras pues que nos permiten descubrir como viven sus angustias, sus emociones, sus pasiones, sus preocupaciones, y en definitiva, su día a día, la comunidad gay de Taiwán.

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