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Sorum: decálogo coreano

Un artículo de Eduard Terrades || 24 / 5 / 2010
Pantalla Invisible

En las líneas siguientes vamos a hermanar la cinematografía surcoreana con la polaca al presentar Sorum: una desconocida producción de Jong-Chan Yun, que tiene como eje central un frío edificio de apartamentos lúgubres con unos personajes que merodean en él, y que parecen sonsacados del bloque de pisos que cohesiona Dekalog, la magna obra televisiva de Krzysztof Kieslowski.

Sorum suena muy impactante, pero su armonioso título dista mucho de contener una trama emocionante (que no intrigante), con golpes de efecto y giros de guión. Si no fuese por esa aura sobrenatural que emanan de sus paredes y que se apodera de todos los personajes, su argumento podría pertenecer alguno de los diez segmentos que componen Dekalog, pues una falsa moralina parece esconderse en la resolución de algunos conflictos personales que mantienen los vecinos. Veamos cuales son: un taxista de treinta años se muda a un viejo apartamento de las afueras de Seúl, instalándose en la habitación 504, cuyo pasado tormentoso remite a un incendio supuestamente provocado y en el qué murió su propietario. El destino del edificio se balancea entre ser derribado y ser arrasado por el mal tiempo, y en él, solamente conviven un viejo escritor obsesionado en plasmar la historia del fallecido en una novela; la mujer de éste último, que parece encontrarse en el borde de la locura; y una joven que trabaja en una “combini store” y que decide enrollarse con el taxista para sufragar la carga moral de haber asesinado a su antiguo amante. Cada uno esconde algún secreto del pasado, y solo el taxista parece tener la clave para atar los cabos sueltos y resolver el misterio que aguardan las cuatro paredes del edificio en ruinas.

Sorum se vendió en un primer momento como una película de terror minimalista, a similitud de productos con pedigrí procedentes de Japón (como Ringu o Dark Water) y aprovechando los primeros éxitos locales de terror coreano como Phone (2002). Lo cierto es que para nada se puede considerar una “horror movie”, más bien cine de intriga con un componente psicológico sobre la audiencia. Un espectador que tampoco le dio demasiada importancia, a pesar de haberse presentado en festivales (de serie B) como Fantasporto (Premio Especial del Jurado) o el Festival Internacional de Vancouver (Mejor Película). Tal vez el público ávido de emociones fuertes se sintió decepcionado ante una trama que se servía de una puesta en escena muy sobria, con una cadencia temporal confusa y con alguna situación ridícula (como que el taxista sea un fan absoluto de Bruce Lee y vaya coreando el grito del maestro de “jeet kune doo” sin ton ni son).

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Pero démosle el enfoque de cine de autor que quiso darle el director, ya que es la manera de entender el porque se asemeja a los diez mandamientos personalizados de Kieslowski. Jong-Chan Yun, su realizador, se toma su tiempo para presentarnos tanto a los personajes, como el recorrido por todos los recovecos del cochambroso apartamento (que actúa como un personaje más), lo que acentúa su buena disposición por narrar la historia desde un objetivo meramente formalista, respetando la inteligencia del espectador, mimando el cinematógrafo para que capte lo mejor del guión. Y para esto se vale de un ritmo dilatado, de un ascetismo que, paradojas de la vida, fluye de forma equilibrada para no aburrir; y es en este punto que el estilo de Sorum toma consciencia para unirse al practicado por Kieslowski en el Decálogo. Esa suspensión temporal del tempo (valga la redundancia) es un factor formal del cine del desaparecido cineasta polaco, del mismo modo que lo es en Sorum, pero no de una forma tan perfeccionada. Por este motivo, a veces este inteligente filme surcoreano, que entronca con el neoformalismo más actualizado, sufre de constantes altibajos narrativos (sobretodo en sus últimos veinte minutos), provocando algo de confusión en el clímax final. Pero ese mismo desorden narrativo también lo padecía alguna de las historias del Dekalog, como la segunda, la tercera (cuyos parecidos razonables los encontramos en algunas escenas concretas de Sorum) y quinta (No Matarás, cuya versión extendida estrenada como filme independiente arremete con ese exceso de metraje innecesario que también sufre Sorum).

La sombra de Kieslowski pues se perfila inconcientemente en esta historia en el que (y a modo de spoiler) sólo aparece una imagen fantasmal en las casi dos horas de duración que dura el largometraje. Una sombra espectral que parece diluir el misterio, el mcguffin real, en un simple polvorín de dudas existenciales, del mismo modo que lo hacía el viejo maestro polaco en sus largometrajes de matiz psicológico.



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