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Escapada en Japón… 50 años atrás

Un artículo de Eduard Terrades || 07 / 6 / 2010
Pantalla Invisible

Las maravillas del país del Sol Naciente se reflejan en esta cinta familiar rodada en la década de los años 50 por Arthur Lubin, un director del Hollywood clásico que quiso maquillar los duros años de posguerra japonesa, con una historia previsible y edulcorada apta para todos los públicos.

Lo que empieza siendo un filme de suspense de esos que se disfrutaban un sábado por la tarde después de una comida con toda la familia, es decir, aventuras en un país exótico con momentos puntuales de drama, termina convirtiéndose en una película infantil en dónde lo que prima es mostrar las bellezas arquitectónicas del Japón de los años 50 y mimar mucho a los nipones, que parecen encantados con que los americanos aún campen por sus anchas como si ya se hubiesen cerrado las recientes heridas de la Segunda Guerra Mundial. En este contexto previsible de cine de aventuras para todos los públicos, muy acorde con los postulados narrativos de la época, se desenvuelve Escapada en Japón (1957): un niño estadounidense visita a sus padres americanos en Japón, pues estos son unos diplomáticos de casa buena, y que asimismo, están apunto de divorciarse. El pobre chaval, que nunca ha subido a un avión, y menos aún a cruzado el charco, sufre un accidente de avión en la costa de Okinawa, pero milagrosamente sobrevive y es rescatado por una familia pescadora de una pequeña población costera. Ocurrencias de la suerte del principiante, el chaval se hace amigo del hijo japonés de la familia, y éste le advierte que sus padres avisaran a la policía, por lo que deciden emprender una huida que les conducirá desde el pueblo más remoto de Japón hasta Kyoto, pasando por Nara, centro nuclear del viejo Sol Naciente, y en dónde terminarán las viejas correrías en el templo real de Horyu-ji.

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Si algo destaca de esta cinta, que podríamos calificarla de infantil a ratos, y de entretenida en su conjunto, es su concisión a la hora de plantear una historia del todo inverosímil. Y es que… ¿quién se cree que un mocoso japonés que no sabe situar ni la capital japonesa domine el idioma inglés con la soltura con que lo desenvuelve? ¿Cómo pueden recorrer la distancia que separa Okinawa de Kyoto en tren? ¿O acaso el avión cae en la zona de Kyûshu y los guionistas la confundieron con Okinawa? Preguntas que quedan sufragadas por algunos rincones de extrema belleza visual, y pese a que la cámara no los hace relucir como debería, se muestran como lugares emblemáticos y nostálgicos para el viajero que nunca podrá disfrutar de ellos porque el tiempo los ha mancillado con estructuras arquitectónicas desgarradoras. Nos referimos a esas viejas estaciones de tren, a esas callejuelas demolidas por rascacielos, a esos entornos naturales sucumbidos por el paso de las vías de tren y las líneas de alta tensión, o esa magia que despertaba el "shinpa" (nuevo teatro nacional) y las danzas populares, y que un extracto de los mismos se puede apreciar durante la estancia de los chicos en Kyoto.

Más allá de su carátula engañosa (en la que aparece en todo su esplendor la imagen de Clint Eastwood con unas letras bien grandes, y que sólo hace un cameo como piloto de rescate en la secuencia del accidente aéreo), lo peor de esta escapada al país del Sol Naciente es ver la imagen deformada que se tenía de algunos aspectos culturales y tradicionales en la época en la cual se rodó. Sin ir más lejos, hay un momentos en que los dos críos son recogidos por una geisha, y cuando el niño americano le pregunta al japonés que es una geisha, éste responde que mejor ignorar lo que realmente son. En otra escena, el inspector americano encargado del caso se entera de que han sido acogidos en una casa de geishas de Gion (el nombre lo añado yo porque en la época en la que se realizó, este distrito dónde se agrupan el colectivo de geishas no se conocía como tal públicamente), este en forma de elipsis verbal insinúa que han ido a parar a una casa de prostitutas. Más lejos de la realidad, la geisha es una mujer cultivada en muchas artes y que entretiene al hombre japonés con ellas.

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Pero las visiones tópicas, que por aquel entonces eran prácticamente tabú en la sociedad Occidental, siguen demostrando la ignorancia de un pueblo que colonizó a los japoneses durante una década: el niño americano es obligado a comer con "hashi" (los típicos palillos) a la primera de cambio; las formalidades y los rituales de salutación se exageran hasta la saciedad; y a veces parece que los únicos sitios de interés sean los templos budistas y shintoistas. Una visión que no ha cambiado demasiado viendo algunas películas contemporáneas que se han rodado en los últimos tiempos, y que se han adaptado a las nuevas tendencias de este fascinante país del extremo asiático.

Pero la guinda del pastel es el americanismo que ofrece Lubin a lo largo de la historia: desde la incursión del soldado americano en el tren de cercanías y que ofrece unos helados a los dos chavales hambrientos, con una visión idílica del militar norteamericano completamente falsa, hasta la excesiva incursión del idioma ingles en un país que hoy en día aún es difícil encontrar a alguien que domine a la perfección la lengua anglosajona, pasando por la utilización de una banda sonora que recoge sonoridades del extremo oriente muy tópicas, con esa música idílica de orquestra tan característica de la época, y que se reciclaba de producción en producción (Max Steiner, el compositor de Casablanca, se encargó de ella). Pero ya se sabe viniendo de un cineasta “made in Hollywod” como Lubin, que además aportó parte de su dinero para rodarla a través de su productora (que no aparece acreditada en el filme, solo consta la RKO Radio Pictures), y con un guionista de talonario fácil como Winston Miller, mucho más preocupado por asombrar al espectador situando muchas escenas en lugares de un Japón idílico, aunque eso suponga tirar de diálogos banales con muy poca consistencia dramática. Aún así, la película tuvo una cálida distribución internacional (si bien en España la vimos con cinco minutos de metraje menos). Ahora solo faltaría que Universal Pictures (quien tuvo los derechos de la distribución) hiciera una necesaria restauración de sus fotogramas originales para poder contemplar esas maravillas que ahora todo el mundo conoce del país del sake.

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