¿Por qué los realizadores chinos contemporáneos tienen la manía de dejarnos con la miel en la boca al final de sus películas? Eso es lo que sucede en La Princesa de Nebraska (2007) y Ella, Una Joven China (2008), dos producciones coincidentes en tramas y planteamientos narrativos que contienen finales abiertos para invitarnos a imaginarnos el futuro inminente de sus protagonistas más allá del celuloide.
Wayne Wang y Xiaolu Guo no tienen nada en común (de entrada el primero es un hombre y la segunda una mujer), salvo que los dos son de origen chino, cineastas y que buscan solvencia económica para sus filmes fuera de la Gran Muralla China. Así pues resulta casual que dos producciones que (salvando las distancias y las localizaciones) hablan sobre el mismo tema, es decir, sobre el espíritu de supervivencia de dos mujeres que se hacen adultas de la noche a la mañana con el único propósito de cambiar sus miserables vidas, y que encima sus desenlaces no convenzan dada la ambigüedad resolutiva y, digámoslo ya, porque no contienen una respuesta a todo ese sufrimiento al que hemos asistido en sus poco más de una hora de metraje. No aportan ninguna solución ni esperanza a sus maltratadas vidas, y da la sensación de que la historia queda inconclusa a consecuencia de la falta de concreción en los hechos finales.
Seguramente, la que más atenúa dicha falta de percepción resolutiva en su último tercio, y que determinaría una mejor comprensión del espectador, es precisamente La Princesa de Nebraska de Wang (la historia queda literalmente cortada), aunque Ella, Una Joven China también se queda coja al estar estructurada en un séquito de pequeños episodios de continuidad espacial y temporal que deberían cerrarse al final del filme.
La Princesa de Nebraska, financiada en suelo estadounidense, pasó sin pena ni gloria por nuestro país y fue empaquetada en el mismo DVD de Mil Años de Oración (también de Wang y rodada en el mismo año), pero aún así contiene todos los ingredientes necesarios para que encandile a la crítica más sofisticada. Prácticamente no tiene un guión sólido, su única protagonista principal, una joven china embarazada que estudia en la universidad de Nebraska y que, después de un paseo por la ciudad de Pequín, decide ir a abortar en San Francisco, deambula por las calles de la gran urbe del puente rojo sin un objetivo preciso (ya no le importa abortar), cruzándose con personajes que podrían cambiarle la vida, a ritmo de música moderna, electrizante, hipnótica, como las corridas nocturnas que se pega con el niño en el vientre. Después de 75 minutos de metraje, Wang decide dejar en paz a la protagonista, no si antes ofrecernos un longevo plano secuencia prácticamente inmóvil, en el que presenciamos a la joven debatiéndose que hacer con el futuro bebé, acompañada en todo momento del grupo Antony and The Johnsons (una cursilada chill-out con el que nos deja estupefactos).
Mientras que en Ella, una Joven China nos relata la vida de Li Mei (Lu Huang, una actriz cuyas actuaciones nos recuerdan mucho a la Gong Li de la primera época de Zhang Yimou, y que poco a poco empieza a despuntar en la industria china), una joven que vive en el típico pueblo rural de la china profunda en dónde la burbuja inmobiliaria la está reconvirtiendo en una ciudad de rascacielos fantasma, y que decide salir de aventuras con el fin de labrarse un futuro mejor. Pero no lo tendrá fácil, ya que después de casarse con un macarra al que asesinan a la primera de cambio, decide embarcarse hacía Inglaterra (país que conoce por una foto del Big Ben de un calendario), en dónde deber hacer las mil triquiñuelas para conseguir la nacionalidad, no sin antes quedarse preñada, sola y sin un futuro claro. El final, una vez más, incierto (aunque con el apunte poético del último episodio con el que se cierra el filme, parece que nos dé pistas para determinar que el rumbo final de la sufridora protagonista sea otra vez la China pre-capitalista).
Dos relatos rodados a ritmo frenético en algunos momentos que nos vuelven hablar de la condición humana de la mujer china, pero que no aportan soluciones a los conflictos internos que se nos presentan. Aún así, y a riesgo de decepcionar por su falta de transparencia en sus desenlaces y su pretensioso mensaje condescendiente, las recomendamos por ofrecer un tratamiento visual que se aleja de la “sexta generación” de realizadores chinos, que pese a que generacionalmente sus obras coincidan, no pueden considerarse sus coetáneos al no pertenecer al movimiento como tal. Inconscientemente si que podrían formar parte de la “sexta generación”, pero como sus obras trascienden más allá de la mirada festivalera (a pesar de que Ella, Un Joven China ganará en Locarno el Leopardo de Oro como mejor película), están financiadas extraterritorialmente y globalmente por productores extranjeros (Wang hace años que esta establecido en Estados Unidos), no partan de una independencia corporativa, no se posicionan dentro de los postulados de sus compatriotas, y son decididamente rompedoras tanto estilísticamente como formalmente pero adaptándose ligeramente al público mainstream, con una clara definición cosmopolita; no pueden sino desvincularse del cine Chino que tan de moda se ha puesto en los últimos tiempos con Jia Zhangke como líder fundacional.
Dos miradas abiertas e independientes pues de la mujer china desde fuera del país, pero con plena consciencia social como si estuvieran rodadas desde dentro, y con una interpretación final que el mismo espectador más perspicaz deberá hacer si quiere cerrar y comprender las vidas de sus estoicas protagonistas.
