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The Postmodern Life of My Aunt

Un artículo de Eduard Terrades || 11 / 7 / 2011
Pantalla Invisible

Algunas producciones asiáticas nos despiertan emociones contradictorias una vez terminamos de visionarlas; este es el caso de The Postmodern Life of My Aunt (2006): una fascinante, emotiva, surrealista, divertida y melancólica propuesta de Ann Hui entorno a una mujer viuda de mediana edad que vive una segunda juventud al conocer a un estafador de poca monta (Chow Yun-Fat) obsesionado con la opereta china. Un viaje coral e intimista del Shanghai contemporáneo a través de los sentimientos de una ciudadana enamorada que escapó a la ciudad para sentirse independiente y prosperar en lo personal.

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El film se abre con la llegada de un tren a una estación muy concurrida. De él baja un pequeño lisiado mientras una señora que bien podría ser su abuela lo espera con cierta expectación. El niño huye de ella; pronto sabremos que el chico reside en Estados Unidos y que viene a visitar a su tía coincidiendo con las vacaciones escolares de verano, periodo que transcurre de forma vertiginosa y el regreso del muchacho a la tierra de las oportunidades desemboca por vez primera en una sensación de soledad que ahoga a su tía.

El tiempo avanza sin prisas pero sin pausas. Los meses se suceden y la desangelada mujer topa en un parque con un tipo que domina a la perfección las coreografías clásicas de la opereta china; rápidamente confraternizan y fluye una relación que finiquita cuando el galante parlanchín hace uso de sus dotes estafadores y la tima de malas maneras. Aún así decide darle una segunda oportunidad, del mismo modo que ella está viviendo una segunda juventud, pero este vuelve a golpearla allí dónde más duele. Los días depresivos van pasándole factura, y abocada al abismo, se precipita por las escaleras de un paso peatonal elevado.

Ahí la puerta familiar vuelve abrirse para dar cobijo a la defraudada libertina, mudándose a la zona de Manchuria con su desparecida hija rebelde; se inicia pues una nueva senda en su vida que culmina con otra visita inesperada de su sobrino estadounidense.

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Hui es una de esos casos extraños en la industria de la ex-colonia británica, pues que una realizadora tenga cierto estatus de culto es un hecho excepcional. Empezó trabajando como cineasta de segunda unidad en cintas de artes marciales de bajo presupuesto hasta que consiguió posicionarse en primera línea de fuego con algunos productos de acción en los que ya dejaba entreverse su personal estilo narrativo (sin ir más lejos la imprescindible Stunt Woman). Su independencia prácticamente se produjo con esta historia rodada en suelo chino, a pesar de que en anterioridad ya había afrontado proyectos de índole más personal como July Rhapsody (2002). Pero si se quiere profundizar en su cuestionado método narrativo hay que visionar este drama edulcorado con algunos momentos cómicos (las primeras reacciones del niño en el apartamento de su tía o la relación amor-odio con su entrometida vecina). En un primer visionado, siempre nos queda la duda de sí hay fotogramas que se han quedaron en la sala de montaje, pues su precipitado final nos hace pensar que Hui tal vez hubiera podido abordar los últimos años de la protagonista femenina o en todo caso finalizarla en el momento en que ésta abandona Shanghai para regresar en una ciudad industrial de Manchuria, ya que las hipnóticas imágenes de los rascacielos de la ciudad más poblada de China, iluminados por las potentes luces de neones, sirven de epílogo ante la extraña aventura amorosa que ha experimentado en sus carnes en el último año.

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Lo que si resulta sospechoso es que Joe Hisaishi (el compositor habitual de dos maestros japoneses como son Takeshi Kitano y Hayao Miyazaki) haya efectuado un soundtrack reciclando parte de las partituras que utilizó para la versión sinfónica de Laputa y La Princesa Mononoke. Un autoplagio consentido y aceptado que se saldada con una banda sonora que no aporta demasiado a las imágenes panorámicas o en las variaciones temporales secuenciales (que es dónde primordialmente aparece la música como “leit motif” discursivo), a pesar de la belleza que siempre se desprende de esas secuencias musicadas por sus composiciones. Una pena porque el enorme esfuerzo que Hui hizo para adaptar un relato de Yanyan (inédita por estos parajes) hubiera requerido de un score que, sin dejar esas notas melancólicas que hacen suspirar al espectador, debería reforzar la compleja personalidad de sus protagonistas, algo que sólo se consiguen parcialmente por la fuerza dramática de las interpretaciones de alguno de sus actores (destacando por encima de todos Gaowa Siqin, que por bordar a esta enérgica mujer de mediana edad, que intenta respirar dentro de una burbuja con poderes rejuvenecedores, se llevó bastantes premios otorgados en su inmensa mayoría en festivales del continente asiático).

Pero a pesar de estas consideraciones técnicas, el largometraje atrapa de principio a fin, ya sea por su desestructurada métrica interna, favoreciendo un espíritu libre que se apodera de nuestros cuerpos, o por la manera en que evoluciona toda la trama, con cierto ingenio en los diálogos entre el gentil estafador y su víctima cincuentona. Puede resultar un filme de difícil seguimiento por esas audiencias dadas a empacharse con producciones norteamericanas, pero con un poco de paciencia es fácil adaptarse a un estilo que intenta promover otras posturas narrativas que favorecen no solamente el avance del cine chino en particular, sino en general del lenguaje cinematográfico. Y a pesar de la dificultad que supone hallar sus cintas (vía canales de importación), démosles cierta visibilidad con tal de propagar el talentoso discurso de una directora genuinamente hongkonesa, pero que abraza la sexta generación de realizadores chinos sin caer en sus estereotipos. O sea que tal vez esta cinta debería rebautizarse metafóricamente como “The Postmodern Life of Ann Hui”.



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