Tsui Hark, Ringo Lam & Johnnie To; estos tres grandes nombres de la industria de Hong Kong se reunieron bajo una misma bandera para proyectar un sugerente largometraje de estética noir, en el que desplegaron todo su talento para confeccionar un puzle de contornos surrealistas con ciertos toques fantásticos.

En su argumento, otros tres colegas que trajinan farragosas deudas en sus espaldas se reúnen en un pequeño pub para intentar buscar soluciones a sus gravísimos problemas financieros. De repente un extraño hombre de mediana edad con apariencia de ermitaño, y como si de un chamán se tratase, irrumpe en la mesa en dónde están discerniendo sobre sus pésimas situaciones económicas, dándoles una especie de amuleto y asegurándoles que si investigan acerca de este misterioso artefacto conseguirán una enorme fortuna. El enigmático personaje solo les advierte que una vez echadas las cartas encima de la mesa no habrá vuelta atrás. Sin nada que perder, los tres amigos (acertadamente interpretados por Simon Yam, Louis Koo y Sun Hong Lei) deciden arriesgarlo todo a una sola carta y, al comprobar como el objeto en cuestión es una moneda de una antigua dinastía, deciden investigar cada uno por su cuenta hasta dar con el cofre del tesoro. La pista les conduce a un sarcófago que se esconde debajo de un edificio gubernamental; profanándolo descubren que en su interior se esconde una momia con un vestido imperial recubierto de oro. Decididos a llevarse el botín para sufragar sus deudas, pronto serán descubiertos por las tríadas (a las que debían dinero) y por un policía que ha flirteado con la esposa de uno de ellos. Huir parece ser el único camino viable con tal de evitar que sus cuerpos terminen en la cuneta de cualquier callejuela de Hong Kong.

El “cadavre exquis” o cadáver exquisito fue una técnica impulsada por el movimiento surrealista a mediados de los años 20, consistiendo en escribir o ilustrar una secuenciación narrativa limitada y traspasarla a otra persona para que la avanzase allí dónde el otro la había dejado (en 2006, el filme colectivo canadiense Cadavre Exquis Première Edition rendía tributo a esta técnica). Esta manera de narrar es la que reconocidamente han aplicado los tres realizadores de la ex-colonia británica para confeccionar Triangle (2007), pues siendo inicialmente una idea que rondaba por la cabeza de Tsui Hark, éste decidió empezar la historia y cederla a dos veteranos compañeros de profesión, sin que estos supieran exactamente cuanto material había filmado. Los elegidos fueron Johnnie To (que inicialmente le encantó la idea y decidió financiar parte del largometraje con su productora Milkyway Image) y el infravalorado Ringo Lam (que desde que regresó de su exilio estadounidense no había vuelto a tocar una cámara). Al final cada maestro aporta una cuarta parte del metraje total, es decir, unos treinta minutos de media aproximadamente. Y si uno ha seguido la trayectoria de los tres mosqueteros de Hong Kong es muy fácil adivinar qué parte ha filmado cada uno.

Y es que a pesar de algunas secuencias confusas, el intrincando fílmico funciona perfectamente gracias a la factura visual y narrativa a la que nos tienen acostumbrados estos tres 'enfants terribles' de la industria de la ex-colonia británica. Decimos que es muy fácil discernir que fotogramas pertenecen a cada realizador precisamente por ese estilo inconfundible que cada uno ha transmitido en sus filmes a lo largo de sus carreras. Hark siempre utiliza un montaje muy caótico, con planos que transitan a ras del suelo para terminar confluyendo en un personaje o objeto concreto, y en el que la fuerza del viento determina la fuerza visual de sus imágenes. Por otro lado, Lam opta por fusionar las fórmulas academicistas contemporáneas que rigen en el cine de Hong Kong y el de Estados Unidos, insertando además momentos intimistas y románticos que en ocasiones funcionan como "pillow-shots" (actores que han trabajado con él reconocen que “en el fondo es un sentimental”, y en este filme se deja constancia cuando uno de los personajes, en medio de una situación límite, decide tomarse unos minutos para bailar con su mujer). Mientras que a To le gusta marear la perdiz con escenas nocturnas de estética minimalista, en el que el juego del azar toma las riendas de la trama; y es que sin desvelar nada trascedente del clímax final, éste se ubica en unas chabolas rodeadas por unos humedales envueltos por unos frondosos matorrales y un cocodrilo que observa atentamente los movimientos tácticos que efectúan todos los personajes con tal de salir con vida del lugar.

Pese a que muchos no han querido comprender el alcance artístico de un proyecto de estas características, renegando explícitamente del ensamblaje secuencial tripartito que domina el tempo narrativo acorde con la manera de planificarlo de cada realizador, lo cierto es que visionar Triangle resulta una experiencia nostálgica al reencontrarnos con esos dos cineastas (Hark y Lam) que irrumpieron con fuerza en la nueva ola, y poder gozar del buen estado de salud de uno de los realizadores más influyentes de la industria de Hong Kong del nuevo Milenio (To). Las pequeñas pifias que algunos han querido ver en su entramado argumental se deben más a la falta de concentración del espectador en sí, que no de fallos estructurales en la escritura de este guión en permanente “work in progress”. Por lo tanto resulta conveniente permanecer atentos y no perderse todos esos detalles que circulan por la pantalla, ya que servirán para atar todos esos cabos sueltos que al final de su visionado aparentemente quedan sin resolver. Sí los tres cineastas nos lo dieran todo masticado, este exquisito cadáver asiático no tendría demasiado sentido, perdería toda su magia, como ese ilusionista que en cierto modo hechiza a estos tres zopencos para consigan la llave que les permitirá abrir el baúl del tesoro (y por consiguiente su salvación económica), y de paso les induce a que espabilen ante su preocupante inmadurez.