Más conocida internacionalmente por The Defender (1994), esta producción “made in Kong Kong”, que franquea el cine negro por su trama de protección a una testigo que presenció el crimen de un importante hombre de negocios, es un híbrido entre la mitificada El Guardaespaldas (Mick Jackson, 1992) y esos típicos “heroic bloodshed” que impulsaron John Woo y Ringo Lam a finales de los años 80.

Miembro de una subdivisión de elite policial de Beijing, el oficial Ching (Jet Li) es reclutado por las fuerzas de seguridad hongkonesas para proteger a la esposa de un importante businessman, ya que es la única testigo ocular que queda con vida después de que varias personas presenciaran un ajuste de cuentas entre varios mafiosos y estos hayan emprendido una limpieza contra todos los testimonios allí presentes, con el fin de evitar que su jefe sea juzgado y enviado a prisión.

Lo que empieza siendo una relación tortuosa entre la testigo y su disciplinado protector, evoluciona hacía un affaire romántico que se estrecha al compartir tantas horas juntos. El tiempo es oro, y se acerca el día en que debe testificar ante un tribunal, pero los mafiosos pronto estrecharán el cerco e invadirán la mansión en dónde se refugian. Sudor, sangre y lágrimas se verterán en un clímax final que hermanará los cuerpos de seguridad nacional de China y Hong Kong.

Recordemos que hasta el 1 de Julio de 1997, Hong Kong aún era considerada una colonia británica, y pese a que el tiempo ha demostrado que el sistema capitalista sigue siendo el que prevalece por encima del sistema comunista de China, los años previos a esta devolución histórica existía cierta tensión política y social entre estas dos potencias económicas asiáticas. Ante esta situación histórica, varias fueron las producciones que ahondaron en este clima de incertidumbres que los propios ciudadanos proyectaban hacía su propio gobierno. Normalmente el cine de acción, el que más buenos resultados de taquilla obtenía a nivel local, evitaba mostrar sus disconformidades con su hermano mayor, pero Corey Yuen (que ya había sido tanteado por la fortuna hollywodiense para dirigir la olvidada Retroceder Nunca, Rendirse Jamás, interpretada por el musculoso actor belga Jean-Claude Van Damme) decidió incorporar esas fricciones entre ambas potencias a través de estos dos personajes que deben convivir durante un período de tiempo limitado si quieren sobrevivir (Jet Li vs Christy Chung, una pareja cinematográfica aparentemente sin demasiada química, pero que cumplen a la perfección los propósitos del realizador). Incluso hay alguna que otra referencia explícita a Deng Xiaoping, pero en dónde mejor se representa esta dualidad gubernamental es en las rencillas que mantienen al principio del filme los policías chinos con los hongkoneses (sobretodo con respecto a la metodología de trabajo) o el espíritu estoico de Li para cumplir a rajatabla con el protocolo establecido por sus superiores.

Inédita legalmente en nuestro país, The Bodyguard from Beijing es una magnífica oportunidad para adentrarse en otro tipo de rol de Jet Li, alejado de sus piruetas marciales; preocupado por mostrar su lado más dramático. De hecho en el momento en que se rodó, Li estaba en la cúspide del cine de la ex-colonia británica; no en vano en los años comprendidos entre 1992-1994 llegó a rodar unas once producciones oficiales. Li se pone al servicio de un Corey Yuen que intenta equilibrar las escenas con más carga balística con esas de componente dramático, obligando a los dos actores principales a moldear sus personajes de forma milimétrica para que sean creíbles en esos momentos de tensión romántica. Eso sí, nunca se olvida de contentar a los amantes del cine de acción, con dos tiroteos antológicos diseñados a similitud de algunos clásicos de los 80, pero que terminan haciendo olvidar a sus precedentes: por un lado, una gran escena de acción en unos grandes almacenes (rodada con muchos ralentis y haciendo uso de elementos arquitectónicos más propios del cine de Jackie Chan), y por el otro lado, el clímax final en la mansión combina magistralmente las artes marciales con la pirotécnica armamentística, siguiendo la estela de filmes como The Killer (el momento en que los tres protagonistas se encuentran acorralados en una casa de campo) y las míticas Rich & Famous (1987) y Tragic Hero (1987) de Taylor Wong. Una apuesta pues por seguir defendiendo el mejor cine comercial de Hong Kong, incorporando situaciones propias del cine norteamericano para dotar de cierta modernidad a la industria autóctona, algo que no se notó realmente hasta finales de los años 90.