El descriptivo título ya lo indica todo: historia de amor con vendetta de por medio. La “categoría III” vuelve a ponerse de moda en el cine de la ex-colonia británica; ya saben, esos violentos thrillers que eclosionaron a finales de los 80, en los que se combinaba sangre y sexo a raudales y cuyos resultados comerciales eran inversamente proporcionales a su dudosa calidad artística (obviamente estaba completamente prohibida la entrada a los menores de edad). Wong Ching-po, autor de una de las producciones de tríadas más extravagantes de los últimos años (Jiang Hu), vuelve a dinamitar la taquilla hongkonesa con una puesta al día de esos policías corruptos que utilizan el poder que les otorga su placa para abusar (literalmente) de los ciudadanos; un relato fragmentado en varios capítulos no exento de polémica dada su amoralidad y crueldad.
Un asesino en serie se está cebando con las esposas de varios policías de una misma comisaría. Nadie entiende sus motivaciones hasta que en un control policial cazan a un posible sospechoso (la estrella del pop cantonés Juno Mak). Esposado, torturado y sin un abogado de oficio con el que poder escudarse, viajaremos al fondo de su subconsciente mediante un largo flashback para descubrir como varios miembros de esa misma oficina violaron a su novia, una chica deficiente mental, inculpándole el crimen a posteriori mediante la falsificación de pruebas. Después de pasar seis meses en prisión ha regresado para clamar venganza contra aquellos que abusaron de ella. Y como no hay ninguna pista fehaciente que demuestre que él es el culpable de los crímenes, y la comisaría está siendo vigilada de cerca por las altas esferas, no tienen más remedio que ponerlo en libertad. El juego entre el gato y el ratón ha empezado, pero mientras los policías creen que tienen la situación controlada al haber mostrado primero sus pezuñas de felino, el inocente joven trabará un plan maestro para liquidarlos a todos como cuando una plaga de roedores trae la peste y con ella la muerte. Este es el único camino que perseguirán todos los protagonistas a lo largo de los noventa minutos, un camino que involucrará a terceras personas completamente ajenas a la rencorosa disputa personal entre esos pervertidos agentes del orden y el inocente muchacho de constitución débil.
Ya nadie pone en duda que Tarantino marcó un antes y un después cuando presentó Pulp Fiction (1994); la manera de afrontar un thriller urbano repleto de personajes secundarios no volvería a ser igual: la exposición de los hechos se fragmentaba en una sucesión de capítulos no necesariamente ordenados cronológicamente, en los que el espectador debía reconstruir como si de un puzle de pocas piezas se tratase. Ching-po vuelve a reutilizar esta técnica narrativa explotada hasta la saciedad a mediados de los años 90 para recomponer un thriller que a priori no ofrece nada que no se haya visto en anterioridad, y que para suplir sus carencias argumentales debe apoyarse en esa estructura quebrantada por episodios de sugerente título poético, para alejarse de esa sensación de deja vu constante. Sí además añadimos algunas violentísimas secuencias, en las que la crueldad resulta por momentos insoportable, junto con una puesta en escena minimalista que recurre a los prescindibles sintetizadores para crear un ambiente musical extra-diegético, tenemos como resultado un impactante largometraje que franquea entre el cine noir y el terror urbano. Si, la magnitud de la tragedia sobrepasa los límites del psycho-thriller convencional, acercándose al horror más paroxístico del torture porn. Y es que coincidentemente todas las esposas estaban encintas, y como venganza extrema, el joven les ha extraído sus respectivos fetos. Estas imágenes desagradables no resultan tan chocantes ya que encuentran ciertos paralelismos con esas rabiosas producciones francesas de venganzas extremas (siendo A l’Interieur la más representativa y la que contiene más puntos en común).
Por lo tanto estamos ante un thriller amoral, que puede limitar su consumo en Occidente dada la explicitud del gore mostrado en pantalla, con un capítulo final totalmente prescindible que en vez de convertir el relato en una sátira de los supuestos favoritismos que la autoridad asume por el simple hecho de llevar una placa, cae en la parodia y el pitorreo del gore, en el que cuenta más la cantidad de sangre impactada de manera figurada sobre el espectador que no la resolución de la trama de forma coherente y disciplinada. Aunque contaba pues con una premisa inicial interesante, la gratuidad de sus imágenes violentas y lo mal hilvanadas que están con respecto a la historia, terminan por desacreditarla, convirtiéndose en un filme ambicioso pero vacío de contenido, y cuyo tema central (el rencor ante una injusticia) queda completamente diluido en un mar sanguinolento en el que ya no importan las motivaciones reales de sus personajes, solo la violencia gratuita para dejar pasmada a la audiencia. ¿Se llegará a estrenar la versión integra en Occidente? Quién sabe, de momento esta romántica venganza seguirá siendo carne de cañón para festivales especializados y sesiones underground delante del portátil.