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Himizu: post-tsunami

Un artículo de Eduard Terrades || 24 / 10 / 2011
Pantalla Invisible

Muchas veces, y de forma tendenciosa, se ha apostillado a la cinematografía nipona bajo el apodo de “cine del exceso”. Si bien es cierto que hay muchos cineastas contemporáneos que han traspasado esa peligrosa línea que separa el cine arty del “extreme cinema”, hay muchos otros que de forma subversiva han integrado una pretexta amoralidad en sus historias costumbristas para huir de las etiquetas fáciles pero sin renunciar al espectador menos dado a las emociones fuertes. Sion Sono (Suicide Club) es uno de estos maestros del disfraz que sabe como dinamitar la mente del espectador más acomodado con relatos políticamente incorrectos del Japón actual. Himizu (2011), uno de sus impactantes últimos trabajos, explora la condición humana de esos adolescentes antisociales que transitan por el mundo de los adultos sin ser conscientes de su pertenencia a este segmento demográfico. Un filme reaccionario que demuestra el buen hacer de su autor y de la propia industria fílmica indie nipona.

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Narrar de forma coherente esta compleja historia coral es tarea para guionistas experimentados. Aún así podemos aventurarnos a desgranar algunas de las situaciones que viven sus protagonistas, principalmente una pareja de estudiantes de secundaria que intentan amarse a su manera (a pesar de las reacciones en contra del chaval), y que intentan salir adelante después de la tragedia de Fukushima. En este medio extremo intentan encontrar su propio camino, pero no les resultará nada fácil ya que deberán afrontar varias situaciones embarazosas derivadas de sus familias desestructuradas y que les afectan directamente. El pobre muchacho (un talentoso Shota Sometani) debe combatir a un padre alcohólico que solo regresa a la chabola que ha quedado en pie para pedirle dinero; a unos yakuza que vienen permanentemente a cobrar el préstamo que contrajeron sus padres para poder montar un embarcadero en el lago cercano a la vivienda y a una acosadora (una impresionante Fumi Nikado que se alzó con un pequeño león en Venecia 2011 como actriz emergente), y que en realidad ignora que será el amor de su vida. Por suerte contará con varios homeless que se han quedado sin casa después del terremoto de Tohoku y el posterior tsunami que asoló sus viviendas, y que le ayudarán de las mil y una maneras inimaginables, aunque sea saltándose la ley.

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En realidad Himizu está basada muy libremente en uno de esos atípicos mangas para adultos (obra de Furuya Minoru), y decimos muy libremente porque cuando se publicó el cómic original aún no había transcurrido la tragedia del pasado 11 de Marzo, con lo cuál Sono se tomó la licencia de incluirla con calzador, no se sabe exactamente si para que la gente no se olvide de ella o simplemente porque ayuda a reafirmar las dramáticas situaciones que envuelven a todos los personajes. Sea como fuere, el realizador vuelve a sumergirnos en un vendaval de violentas reflexiones entorno al exagerado proceso de degradación moral que parece vivir la sociedad nipona (algo que, sinceramente, muchos no hemos logrado apreciar nunca) y a la importancia real que tienen los progenitores sobre sus retoños en la época más complicada de sus vidas; una importancia relativa viendo los casos de aislamientos masivos (los “hikikomori”) o las agresivas reacciones que tienen estos contra sus padres. Temas que no son nuevos en el retorcido discurso de Sono, como esa falta de valores que influyen decisivamente en los procesos de marginación de los personajes, pero que aúna con el esfuerzo colectivo que parece indicar que deben hacer todos los japoneses si quieren reflotar la zona devastada.

Estamos pues ante un meditabundo largometraje que se apoya en una narración anárquica (a similitud de muchos otros filmes de Sono), como ese precoz despertar sexual de ambos protagonistas, y en el que hacen más daño las humillaciones verbales, expresadas a través de pequeñas disertaciones filosóficas (algunas en voz en off) o en contundentes ráfagas de insultos, que no toda esa contundente violencia física desproveída de todo glamour. Un filme muy respetuoso con las víctimas del tsunami, que en general está muy bien filmado y encuadrado, y cuyos largos planos secuencia son apoyados por una banda sonora (Tomohide Harada) que en muchos momentos recuerda a la partitura que Ryuichi Sakamoto compuso para Cumbres Borrascosas y el Cielo Protector. Encima promueve un debate posterior a su visionado. ¿Cuál es la mejor manera de vivir en un entorno hostil? ¿Cuál debe ser el grado de madurez óptimo para poder salir adelante después de haber vivido en tus propias carnes una tragedia propiciada por la madre naturaleza? ¿Por qué los seres humanos escudan sus verdaderos sentimientos debajo de falsos andamios morales que sólo les conducen a la autodestrucción? Estas y otras posibles respuestas deberán ser reinterpretadas por esos espectadores perspicaces que consideren que el séptimo arte puede irradiar reflexiones de rabiosa actualidad y que globalmente forman parte nuestras sociedades. Sono no ofrece respuestas concluyentes sobre su sociedad, solo elocuentes reflexiones entorno a los males que la asolan.



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