Banlieue desértica, policías corruptos, crueles narcos, zombies que corren maratones y un ex-marine de Vietnam con tendencias psicópatas. Todo esto y unas gotas de gore para uno de los filmes más adrenalínicos que hayamos visto en mucho tiempo, procedente de la nueva hornada de creatividad gala. No hay escapatoria posible ante este apocalíptico relato que transcurre en un peligroso distrito al Norte de París, solo una horda de no muertos dispuestos a “infectar” todo el país.
Cuatro policías duros irrumpen en un destartalado edificio de un suburbio para cobrarse una venganza personal. La misión es aparentemente sencilla: eliminar a todo un clan mafioso responsable de la ejecución de un compañero en acto de servicio. Pero el plan se frustra cuando los matones descubren que entre sus filas se halla un confidente que está en permanente contacto con sus colegas, este es ejecutado y de resultas pillan in fraganti a los cuatro hombres que pretendían cazarlos. Antes de que nadie apriete el gatillo, el policía infiltrado resucitará de forma violenta, mordiendo al primero que encuentre en su camino. Sin atender a ninguna explicación lógica, los personajes que sobrevivan a la primera masacrada zombie subirán a la azotea para buscar un refugio al que salvaguardarse, siendo testimonios de diferentes explosiones que se vislumbran a los lejos en el horizonte y que indican que algún fenómeno inexplicable está ocurriendo en Paris. La enemistad entre policías y narcos deberá posponerse si quieren huir con vida del edificio, sin saber exactamente con que peligros les acecharán en las plantas inferiores.
Era imposible que la moda por los zombies pasara desapercibida en la rica cinematografía francesa, que por otro lado se ha mantenido siempre aliena a las nuevas tendencias que van germinando en el cine de terror mundial. Seria impensable imaginarse un filme como éste diez años antes; si no fuera por la ferocidad con la que Alexandre Aja irrumpió en el mercado francés (y por consiguiente internacional) en su ya imitada Alta Tensión (2003), producciones como La Horda (2009) nunca se hubieran podido concretar. Hay un antes y un después en esa sanguinolenta cinta en que la figura del psychokiller le sirve de excusa a Aja para adentrarse en la psique enfermiza de una joven enferma, sobre todo en cuanto a agresividad, violencia y crueldad se refiere. Atentos a las nuevas manifestaciones terroríficas, Yannick Dahan & Benjamin Rocher (prestigioso crítico y productor respectivamente), reconvertidos ahora en valores nacionales de la serie B, tomaron las riendas que muchos de sus compatriotas habían impulsado con relatos de una explícita inmoralidad enfermiza (sin duda alguna Martyrs es la más insoportable de ellas), para firmar un thriller que combinase acción y gore a partes iguales. Eso sí, teniendo presentes siempre las coordenadas del cine negro en su concepción más clásica para pervertirlas y adaptarlas a un contexto más posmoderno.
El resultado en un filme sucio, con mucho humor negro, en dónde las diferencias raciales salen a relucir para marcar las particularidades de cada personaje y en que es mejor no identificarse o defender a ninguno de ellos ya que en un abrir y cerrar de boca pueden desaparecer del mapa sin dejar rastro. Dahan y Rocher ponen al límite a todos sus antihéroes, los torturan tanto física como emocionalmente, con brillantes diálogos muy soeces y comprometiéndoles en situaciones embarazosas, provocando que tomen siempre el camino más difícil con el fin de tensionar más aún el espectador. Y es que en el fondo no deja de ser un thriller con zombies o infectados, porque la metamorfosis que experimenta buena parte de la población parisina es de origen desconocida, y a pesar de que se ve claramente que los vivos que han sido mordidos se convierten en zombies, no se aclara porque en una fracción tan corta de tiempo hay tantos franceses reconvertidos en seres que padecen de homofagia.
A pesar de todos estos alicientes, y de su componente ocioso, el filme fue un fracaso estrepitoso en su país natal tanto en recaudación (vendió menos de 60 mil entradas) como en crítica, en parte porque el refinado público francés suele rechazar este tipo de productos y los más jóvenes suele ignorarlos a no ser que cuentan entre sus filas con alguna estrella sumamente famosa. Tampoco juega a su favor que algunos visionarios hayan querido ver en ella la respuesta en clave terrorífica de Asalto al Distrito 13 (versión Jean-François Richet); comparaciones odiosas ya que ni conceptualmente ni formalmente se parecen (ni tan solo en ese fino paralelismo que existe por la claustrofobia con la que cacos y polis deben lidiar en un espacio cerrado y aprisionado). Además, y a diferencia de otros precedentes que nos ha dado Francia en la última década, tampoco resulta tan inmoral y su guión banal no contiene ninguna reflexión que a posteriori pueda conducir a la sana polémica o al debate pueril; se queda a medio camino entre una producción vanguardista que pretende aportar algo al subgénero y un pasatiempo en forma de videojuego de “survival” con el que matar el tiempo de un sábado por la noche.