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Le Testament du Soir

Un artículo de Eduard Terrades || 21 / 11 / 2011
Pantalla Invisible

“La mente del hombre que envejece demacrado se vuelve clara; la experiencia que ha acumulado brilla. ¿Envejecer tiene un significado? No, realmente no. Las personas mayores han vivido reconociendo su coraje”.

Declaraciones del propio Kaneto Shindo recogidas en la edición francesa de Le Testament du Soir (1995), una desconocidísima producción de este vanagloriado realizador nipón que el próximo 28 de Abril cumplirá cien años, en el que explora algunas de las preocupaciones que rondan por la cabeza de ese demográfico que ha superado tranquilamente la edad de la jubilación con pleno júbilo. Un filme de obligado visionado que por su temática emocionará a las personas de la tercera edad.

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Yoko Morimoto (Haruko Sugimura) es una respetada y veterana actriz que durante unas semanas decide refugiarse en su segunda residencia, acompañada de su sirvienta, la hija de ésta y de un matrimonio con el que comparte amistad y que además también han cultivado el arte dramático durante toda su vida profesional. Los días van transcurriendo mientras disertan sobre como afecta a sus vidas el peso de los años, recordando viejas actuaciones teatrales en las que participaron y emocionándose con pequeños momentos banales de cotidianeidad. Pero detrás de esta aparenta felicidad y complicidad, se esconden algunos secretos que van trasluciendo después de permanecer ocultados durante muchos años. Yoko se siente traicionada por su criada cuando ésta le cuenta que tuvo un romance con su difunto marido mientras estaba enfermo, y que de resultas tuvo su hija. Después de limar algunas diferencias, el perdón y la resignación es la única salida natural ante un pasado enterrado que sólo ha resurgido por superstición, ya que la hija pretende casarse con un aldeano siguiendo el rito tradicional y la madre pretende lavar su mala conciencia para que el enlace no esté afectado por un mal karma. La boda se celebra sin contratiempos, pero al cabo de pocos días reciben la visita de una reportera que les entrega un testamento en forma de carta de despedida…

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Aunque Shindo admira profundamente la obra de Godard y Mizoguchi, viendo este filme vienen a la cabeza esas grandes películas de conflictos familiares en las que Bergman y Ozu se explayaban para concebir pujantes dramas de imaginativa belleza perenne. Asimismo, la manera en que se desarrolla la trama encuentra ciertas equivalencias causales con la obra de Eric Rohmer, sobre todo por cómo a través de nimiedades se pone en tela de juicio algunas cuestiones de índole religiosa y se replantea la moralidad de los personajes (aunque con la obra de Dreyer o Bresson también podría aplicarse esta máxima temática). Y a pesar de estas yuxtaposiciones cinéfilas y de su clasicismo narrativo, Le Testament du Soir resulta novedosa, fresca y con secuencias francamente divertidas que sirven de paréntesis ante esas serias reflexiones que de forma natural van construyendo el hilo argumental, ayudado en todo momento por una banda sonora muy parecida a la que compuso Nino Rota para el de Fellini (una vez más la cinefilia del realizador se impone por encima de la autoría).

También es muy probable que un compañero de profesión como es Hirokazu Kore-eda visionara esta joya para concebir su Still Walking (2008), pues en esa deconstructiva visión fílmica de una familia contemporánea los personajes también huyen de sus hogares para disertar sobre la importancia del paso del tiempo, siendo en este caso el núcleo familiar lo que les une a pesar de las distancias. Aunque no sea genuinamente nuclear, Shindo reúne en cierta manera a una familia que no se veía desde hace una eternidad y para la que el tiempo no ha pasado en balde; mientras que Kore-eda congrega a una familia moderna japonesa con la excusa de hacer brotar sus oscuros secretos aprovechando que conmemoran el primer aniversario de la desaparición del primogénito.

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Ciertamente estamos ante uno de los mejores relatos de ficción salidos del Sol Naciente de los años 90, rodado en una época de incertidumbre creativa. Aún quedaban un par de años para que Takeshi Kitano ganara el León de Oro en Venecia por Hana-bi (1997), abriendo la caja de Pandora para la segunda nouvelle vague cinematográfica nipona. Cabe decir que Le Testament du Soir también se llevó varios reconocimientos, siendo de más peso los otorgados ese mismo año por la Academia de Cine Japonesa (mejor filme, mejor dirección, mejor puesta en escena y mejor actriz de reparto para Nobuko Otowa, que fue esposa de Shindo y que traspasó unos meses después de finalizar el rodaje). Hoy en día es difícil convencer a las masas, esas que no aguantan más de cinco segundos por plano, de que se dejen persuadir por un relato costumbrista como el que nos brinda Shindo, y las estadísticas confirman que cualquier cinta asiática de estas características solo puede ser estrenada en salas pequeñas, especializadas en versión original o de cine-forum. Y viendo la crisis que parece vivir el sector doméstico, lo ideal es redescubrirla en su homónima edición francesa, país en el que Shindo ha tenido mejor suerte. Quién sabe sí este precioso largometraje, y tal vez su testamento fílmico, sea recordado en memoria una vez haya traspasado a mejor vida, igual que esos recuerdos que parecen haber quedado suspendidos en la estratosfera y que regresan para ser rememorados nostálgicamente por unos encantadores abuelitos japoneses.



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La sección en donde se dará a conocer obras perdidas del cine, de ayer y de hoy, con el objetivo de que lleguen al espectador con mayores inquietudes cinéfilas

Actualización: Lunes.

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