El cine es cruel con sus divas. Es una de esas afirmaciones que se repite cuando la musa que conquistaba cubiertas promocionales, vendía revistas y abría las noticias cruza el umbral de la madurez. La firmeza de sus carnes se deja vencer por la gravedad, el deporte no da turgencia sino rugosidad, los recauchutamientos de quirófano se rebelan y la acercan la autoparodia. Sus labios por lo general acaban padeciendo inquietantes rellenos.

Un ser anormalmente hermoso como pocos, una de las pocas divas cuya excepcional hermosura no ha estado reñida con el excepcional talento, es decir, de las pocas que valían por su actuación además de su función decorativa, es la todopoderosa Nicole Kidman. La australiana es uno de esos especimenes magníficos que hacen preguntarse qué tendra Australia para dar frutos de esa envergadura. Las labores de mantenimiento que le hayan realizado, han sido lo suficientemente acertadas para que a pesar de su evolución estética, luzca única en pantalla. Y aún así hay quien se dirige a por ella a machete: que si su artificio, que si su antinaturalidad, que si su gesto forzado.

Es la factura que antes o después hay que pasarle al éxito. Si es posible pasarla al mismo tiempo (Megan Fox será un delirio sexual pero es mezquina y limitada, dicen quienes no soportan su competencia o no pueden hacerla suya) se hace, si no, el tiempo dará ocasión.

Pero también es cierto que hay algo de justo en muchos de sus casos, que no se refieren precisamente a la Kidman. ¿Cuántas actrices lo fueron limitadas en recursos, con un único registro, iguales en cualidades o incluso por debajo de muchas otras que nunca cruzaron esa barrera? Algún día debería exponerse con claridad los veleidosos motivos que llevan al éxito, pero entre tanto, a las hermosas que dejaron de ser reinas habría que recordarles que lejos de injusticia, habría que subrayar lo justo que es que dejen paso a quienes aportan la frescura que ellas una vez tuvieron y quieren también su lugar, o que si triunfaron por un único motivo, el estético, justo es que una vez éste ha desaparecido dediquen sus vidas a otros menesteres. Si pueden.

¿Cruel? Real. A los hombres también les sucede, y cuentan con casos más extremos como Mark Hamill: de protagonista de saga de culto a la caída más vertiginosa y absurda de la historia del cine, limitado a ejercer de doblador de animación. A veces las cosas simplemente no tienen explicación. Otras la explicación es demasiado básica para cuestionarla. Aunque en estos años de feminismo desorientado algunas quieran brillar cuando tienen y cuando no tienen brillo.