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De la comedia y el gore: cruzando barreras

Un artículo de Víctima 2046 || 22 / 10 / 2009
Víctima del celuloide

“Es curioso cómo progresivamente la Fox ha ido convirtiéndose en una cadena porno sin que nos diéramos cuenta”, le dice Marge Simpson a Homer, en uno de sus episodios especulativos sobre el futuro de los personajes, en que a Lisa una clarividente le revela un porvenir en el que está a punto de contraer matrimonio (La Boda de Lisa, temporada 6).

Con ese chascarrillo, habitual en el tono crítico de los guionistas hacia la propia cadena donde se emiten sus aventuras, Marge refleja sin quererlo la evolución natural que llevan los productos de ficción a la hora de superar barreras: buscar paso a paso nuevos horizontes y progresar intentando emoción, tratando de eludir la monotonía, muchas veces con más voluntad que acierto.

La cosa, que tiene reflejo en todos los géneros, merece especial atención en el de la comedia. Entre otras cosas porque pocos artes hay tan difíciles como el del humor, pocos hay tan poco generosos con la impostura y que puedan manipularse fácilmente por mucho que la industria lo desee: o se es gracioso o no se es. Y no siempre se puede ser. Y cuando se acude a superar los límites de lo convencional, las barreras que estaban ahí por algo, por mucho que los modernos aplaudan levantarlas rápidamente porque esa es su particular función en la vida (ir contra todo lo establecido, facilitando el terreno a quienes no tuvieron más talento para encontrar otro camino), entonces podemos haber llegado demasiado lejos. Aunque suene a carca o nos tiren piedras los fundamentalistas que viven bajo el burka de la trasgresión. Es así, ya madurarán.

El humor farrelliano cruzó en el cine comercial algunas barreras con su rienda suelta a lo escatológico y a lo políticamente incorrecto. En Algo pasa con Mary lo hicieron con tanta habilidad que dieron espacio para muchos seguidores, para que ellos mismos lo intentaran con Amor Ciego (la de la gorda supergorda), Pegado a ti (los siameses unidos naturalmente que querían que interpretaran Woody Allen y Jim Carrey) o Yo, Yo mismo e Irene (el esquizoide de personalidad múltiple cuya mujer se lía con un enano afroamericano). Lo peor en su caso es que a la hora de mantener o incluso superarse fueron incapaces y en demasiados casos acudieron a esa vía holliwoodiensemente cómoda por admitida de “sé chusco, pero luego pide perdón”, consistente en pasarse de la raya para luego tirar de moralina y darlo todo desde el exasperante y falseado “buen corazón”.


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¿Y qué quedaba por hacer tras superar la escatología? Aparte de seguir intentándolo hasta que a alguien se le ocurriera algo (en un claro ejemplo, la lamentable saga American Pie llegaba en su tercera parte a la ingestión de heces de perro, que viva el humor), que alguien viera cómo llegar más lejos y cruzar otra frontera. Lo cual podría ser una mala idea, más si se lleva como cruce de excesos: de realidad y de ficción, de poner a la gente contra las cuerdas, de burlarse en sus narices. O lo que es lo mismo, una de Crónicas Marcianas llevadas primero a la tierra natal de Borat, y luego al mundo de la moda. ¿Se pasó Mr Cohen algunos pueblos por mucho que nos parezca gracioso a los que nos refamfimfla el mundo fashion de la pasarela? Acabar detenido por la policía, infiltrarse en pases de modelos con documentación falseada, engañar a todo aquel que se cruza por su cámara y humillarlo, por mucho que pueda ser gracioso… ¿no es quizá cruzar una frontera innecesaria? ¿no era ya algo chusco lo de los chistes de pedos y olores? Con él la actualidad obligó a mutilar su última cinta por fuerza mayor: las bromas a Michael Jackson dejaron de ser graciosas tras su óbito. Atrás quedaban los tiempos en que Eminem la tomaba con Michael, atrás las parodias de Scary Movie 2. Porque Bruno también puede ser censurado si “la industria” así lo entiende. Porque, trasgresor que suene, en realidad lo de Bruno es un favor fantástico hecho a esa industria: en términos de marketing es impagable, contar sus salvajadas, que estas se publiquen en los periódicos -incluso en ocasiones inicialmente sin saber que se trata de él, para luego descubrirlo- ahorra mucha pasta en promoción.

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Ahora nos llegan noticias de que otro género que vivía permanente estancado y que logró cruzar las barreras se acaba de estampar contra un muro. Saw, la puesta de ingenio en favor de lo desagradable, siniestro y macabro, un monumento a lo peor que puede cocinar la creatividad humana, llega en su sexta parte tan justa de ideas como ha estado desde su debut, y en su subida de listón el Ministerio de Cultura la califica como X. Y a alguno sólo nos da pena quien pueda acudir malinterpretando la X buscando escenas explíticas de distinta naturaleza. Otros lo llamarán censura. Coartar la libertad de expresión y esas cosas. Lástima que el alter ego de Borat no indague en las contradicciones de estos fundamentalistas de lo suyo, de los derechos "chiripitifláuticos" y del culto moderno a los excesos y a la mala educación. Por lo que a servidor respecta, que a sus autores los encierren y tiren la llave.

Nota: tras algunos comentarios recibidos en redacción, elocuentes y coherentes con los excesos cometidos en la censura a Saw VI, es justo reconocer que el rechazo de éste redactor a la forma de superar el listón en la saga no evita que también esté en contra de la exaltación de lo políticamente correcto a la hora de decirnos qué podemos y no hacer. Hay un término medio entre las barrabasadas de Cohen, el "mutila como puedas" y el permanente estado de sospecha contra "el machismo", "la imposición de unos cánones de belleza", o la "talla adecuada" entre otras obsesiones del momento. Se le llama sentido común.


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Dos noticias que aparecían publicadas juntas en la edición de El Mundo.es el mismo día que se publica este artículo.



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