Se oían dos rugidos secos en la casa y todos íbamos corriendo al salón en la sobremesa del sábado porque sabíamos que empezaba una buena película. Tras la cabeza del mítico animal tocaba aguantar los letrerones de los títulos príncipales con los actores deformados al fondo. El formato panorámico, esa otra estrategia del cine para vencer a la tele, aún no había llegado a los receptores domésticos y los programadores tenían que cambiar el formato al terminar los rótulos porque, o no había manera de enterarse de quién trabajaba en la cinta o te tocaba verla como si hubiese sido filmada por El Greco.
La Metro Goldwyn Mayer no puede más. Ha dejado de rugir. Sus directivos anunciaron el pasado día 13 la puesta en venta de todos los bienes de la compañía: los estudios, el fondo filmográfico (unos cuatro mil títulos), la marca, ese misterio reconocible que costó décadas forjar al amor de las melenas del rey de la selva y de un centenar de peliculones que quedarán en la memoria. Y se vende al mejor postor, no habrá negociociones, ni marchas atrás, ni especulaciones. La MGM no tiene pasta para rodar y punto, nunca mejor dicho. El problema, resolver una deuda de 186 millones de dólares antes de abril. Y esa es sólo la primera ejecución de la devolución de la deuda que el león de la Metro tiene adquirida.
Aquí sí que no habrá héroes que vengan a rescatarnos en el último momento. No vendrá el fantasma de las sobremesas pasadas para recordar a algún banquero cuánta felicidad y entretenimiento han traído esos kilómetros de celuloide a nuestras casas. Ni el fantasma de las veladas del futuro le atormentará enseñándole cuántas horas de soledad nocturna quedarán sin calmar tras perder para siempre los minutos de ficción que siguen a la cabeza rugiente.
Ni siquiera hay comprador. Las deudas le comen la piel a este león marchito. Y aunque este año participa al cincuenta por ciento en lo que será uno de los próximos bombazos cinematográficos (El Hobbit, dirigida por Guillermo del Toro) y tiene pendiente de estreno Fama, los beneficios de ambas no darán para pagar el próximo plazo de la deuda ni para afrontar otro esperanzador proyecto.
Quizá sea Rupert Murdoch, el magnate de la comunicación, quién se encuentre mejor situado para su adquisición. Echémonos a temblar. La última vez que un magnate de este tipo compró los derechos cinematográficos de una compañía (Ted Turner) le dió por colorear todo el cine en blanco y negro que cayó en sus manos. Preparémonos, quizá pronto veamos a James Bond convertida en Jane Bond, superagente con falda y tacones, signo de los tiempos. O a la Pantera... Verde.
Aaaaauuuuuurrrrrrrrrggghhhhhh.