Hollywood agoniza, decía uno de los primeros artículos publicados en la historia de nuestra revista. Hollywood ha muerto, declaran regularmente las superestrellas de la gran pantalla, con cachés millonarios y agenda milimétricamente rentabilizada –cuando no están adoptando niños o militando en alguna secta, se entiende– siguiendo el protocolo hollywoodiense. Hollywood abusa de las 3D, dice ahora Cameron, que con su película ecoterrorista de bichos azules ha superado toda recaudación posible gracias al invento en cuestión (pero ahora que tiene los bolsillos llenos, toca sacar chaqueta de pana y militar).

¿Qué es Hollywood? ¿es algo más que esas letras blancas en una montaña que estos días peligran por la especulación inmobiliaria? ¿es algo diferente a esa misma especulación, aplicada simplemente al oficio del cine? Recientemente abordábamos la esencia industrial del cine y cómo en cualquier arte el mecenazgo y los condicionamientos a su rentabilidad (industrialidad si se quiere) son una constante y una necesidad. Pero ¿a quién se odia cuando se odia a Hollywood, cuando algunos maldicen a la que en algún momento habrán considerado fábrica de sueño –desde el punto de vista espectador– o a la que les ha alimentado (desde el punto de vista de actores y guionistas)?

Culpar a Hollywood es en ocasiones la rabieta cómoda del espectador caprichoso, con mucho de esa pose sabelotodo que enmascara el desconocimiento de cómo funcionan las cosas. Es, en todo caso, una de esas formas de culpar indefinidas que por ir contra algo que se intuye grande e indeterminado, realmente no culpa a nadie. Como culpar a la sociedad de los empastres de un niño gamberro, como culpar al gobierno que se ha elegido de su falta de pericia al tomar decisiones, cuando se tome la que se tome se le va a arrear tanto como si se acobarda y se tira atrás en sus medidas. Culpar por culpar.

¿Se culpa a los productores que canalizan inversiones y toman decisiones por encima de director o guionista? ¿así, en abstracto? En tal caso, estamos ante la inconsciencia por un lado de en cuántas ocasiones la dialéctica director/guionista (buscando autoría y mensaje) y productor (buscando conectar con la audiencia, que es lo mismo que sacar rentabilidad) han mejorado el resultado final. Básicamente porque ofrecían perspectivas adicionales que podían canalizar con los gustos del público, que si vienen de la persona adecuada aportarán experiencia y conocimiento (y si no, será esa persona concreta, no los productores ni Hollywood, el responsable).
Por otro lado, es fácil despreciar el dinero ajeno y olvidar que quien pone millones de dólares en juego, probablemente no quiere perderlos y acabar en un callejón oscuro reuniendo cartones para guarecerse del frío y de la lluvia cuando antes tenía una mansión con tres yacuzzi. Y ahí hay que recordar que la simple distribución de una cinta, la peor y más barata de todas ellas, por las salas de todo el mundo tiene un coste exorbitante. Su publicidad lo convierte en una locura. Contar con esas superestrellas que luego maldecirán la estructura que genera sus cuantiosos sueldos, lo eleva al producto interior bruto de algunos países. Y si encima hay que producir algo decente, con efectos visuales de los que distraen a ese público que, quizá critique a Hollywood, pero atiende a sus grandes espectáculos (ahora en 3D), entonces el precio exige inversiones anormalmente elevadas.

¿Es Hollywood un conjunto de ricos excéntricos y caprichosos que lo mismo invierten en cine que compran collares de diamantes a sus yorkshire? ¿es Hollywood la unión odiada de esas distribuidoras que se enriquecen haciendo productos para gente sin ambiciones cinéfilas (que son los únicos que regularmente pagan la entrada mientras el colectivo gafapasta reivindica su derecho fundamental a la piratería sin fronteras)? ¿esas mismas distribuidoras que, con un par de tropiezos pueden verse en serios problemas para financiar otro proyecto y acabar ahí sus días a la espera de otra que engulla su estructura?.

Sí, Hollywood apesta. Y sus malditas continuaciones y remakes son una prueba de ello... por más que la sociedad no deje de consumirlos sin descanso. Por más que esta última sea el molde con el que se acaban formando sus productos. Por más que ese rechazo de pose caprichoso, superficial y espontáneo con el que hacerse el interesante (en realidad dejó de serlo hace unos años, cuando ya no era solo uno el iluminado) sea parte de la misma falta de ingenio que hace mediocres a muchas de sus películas.