Han pasado los Oscar –y los globos de Oro, claro-, hasta los Goya tuvieron por ese extraño motivo de siempre su momento (¿de veras tiene algo que celebrar el cine español? ¿tanto premio que darse en tanta categoría?) y entre tanto unos hablan de qué vistieron (o cómo se desvistió alguna), de qué dijeron, quién militó en defensa de qué causa y quién estuvo en acuerdo o desacuerdo con un premio. Curioso, pues, la importancia que le dan algunos al tema. Incluso las nominaciones, son guías que algunos esgrimen como dogma “si tuvo cinco Oscar”, “si se llevó seis nominaciones”… algo que no se les escapa a los carteles promocionales, que también tienen su papel -nunca mejor dicho-, recordándolo.

El resto del año, quién se lía con quién y con cuánta rapidez se divorcian los casados y se lían entre divorciados sigue alimentando rotativas con la excusa del cine. Una tendencia prima hermana de la repercusión a la ideología política de unos y otros. Y llega la hora de preguntarse ¿a quién diablos le importa? ¿por qué tanto empeño en hablar de cosas alrededor del cine (los premios, la vida personal de los títeres) cuando la propuesta de ficción de cada película debería ser todo lo importante?

Quizá en el fondo el cine sí tiene más cosas en común de lo que parece con el fútbol. 90 minutos de partido con una semana de previo y otro de exagerado análisis rodeándolo. Poco importa si esos 90 minutos se viven con cerveza (palomitas) o insultando al árbitro (molestando al compañero de butaca). Al final es sólo un entretenimiento de masas en el que un pequeño porcentaje vive de forma intensa lo que verdad importa, más allá de esa manía absurda de identificarse con supuestos iconos y vestir su camiseta.

Cómo evitar subrayarlo… ¿cuánta gente sabe quién se llevó el premio al mejor actor? ¿y cuántos saben quiénes eran los que luchaban por el de mejor guionista, parte esencial de la historia, eje del director, a años luz en importancia de la combinación o el escote de alguno de los maniquíes de la alfombra roja?

De pocas cosas se siente uno tan víctima como de toda esa banalidad casposa que rodea al cine. Cueste lo que cueste explicar que si uno cambia de canal cuando se habla de estos temas no es porque le disguste el cine, sino todo lo contrario. Y ya de paso: lógicamente, integrando la peor parte, ahí podríamos meter a Torrente nosécuántos.