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He visto a Dios en el cine

Un artículo de José M. Robado || 07 / 4 / 2011
Víctima del celuloide

Dicen que los finales y los comienzos de siglo son propicios para las catástrofes. Los humanos, con esa tendencia a enumerarlo e identificarlo todo, hemos puestos nombres al tiempo: nombres para los días, para los meses, números para los años... y luego creemos que dependiendo de esos nombres, por ejemplo cuando acaba un ciclo de 100 años, pasan cosas extraordinarias. O que los domingos, por ser el último día de la semana, son días más tristes o más tranquilos, más apropiados para ir al cine. Pero no es cierto, son días como los demás.

Debido a esa creencia en lo extraordinario de los comienzos de siglo o los finales de década, las películas sobre catástrofes y desgracias se multiplican. Nos asustamos, y ese susto se refleja en los que hacemos, y también en el cine que nos gusta ver. Si pensamos que el mundo se va a acabar, vamos a ver películas sobre ello, porque el cine no es otra cosa que un lugar donde el espectador va a buscar patrones de comportamiento sobre lo que haría si se diese tal o cuál circunstancia: si se enamora, si pierde a alguien querido, si sucede una catástrofe. De este modo, vamos a ver películas sobre el fin del mundo porque queremos estar preparados en caso de que llegue. Para saber qué tenemos que hacer.

Otro fenómeno de estos finales de época es que Dios sale mucho más en el cine. Es más fácil verlo en las películas. No suele hacer roles de protagonista, pero tiene tendencia a ser un secundario con mucho peso, un cameo importante.

Este año he podido ver a Dios en bastantes películas. Lo he visto en una secuencia de la cinta de Susanne Bier titulada En un mundo mejor. Uno de sus protagonistas busca a Dios en dos o tres momentos de la historia, pero sólo lo encuentra en uno. Dios es un personaje misterioso, no se deja ver con facilidad, pero ahí está, mostrando su cara ambigua en el fondo de un lago lleno de algas oscuras mientras Anton flota sobre su densa superficie.

Víctima del celuloide



En Howl, la fascinante película sobre el poema de Allen Ginsberg, Dios no sale. Pero la potencia de las palabras del poeta en la interpretación de James Franco, lo evoca en un encuentro. Al recitar el tramo final del poema, James repite las quince o veinte veces que aparece la palabra “aullido” en los versos del poema: “howl!, howl!, howl!, howl!, howl!, howl!, howl!, howl!, howl!, howl!, howl!...” y podemos imaginar el momento en que Ginsberg vió a Dios en medio de la nada, en medio de la desgracia, la miseria y la desesperación más absoluta de su viaje al infierno de la américa anegada y profunda de los años cincuenta.

Donde más favorecido lo he visto es en la estupenda De Dioses y Hombres (Xabier Beauvois, 2010), probablemente una de las pocas películas que pretende retratar a Dios en sus fotogramas conscientemente y lo consigue. Eso es gracias a que su protagonista, Christian, es un privilegiado capaz de dialogar con él bajo distintos estados de ánimo. Christian encuentra a Dios en tres secuencias: en una lo interroga, le pide ayuda; en la segunda, bajo la lluvia, le pide explicaciones; en la tercera, tras una larga caminata que termina sentado al borde de una laguna, se reconcilia con él.

Pero si hay una película en los últimos años que ha contado con Dios en un papel protagónico es, precisamente, la titulada Anticristo (2009) de Lars Von Trier. Hay que hacer notar que este tipo, Lars, es particularmente fascinante. Entre las muchas curiosidades que podemos saber sobre él, como su absoluta aversión a viajar en avión, también cuenta con el raro récord de ser una de los pocas personas que tiene una orden de alejamiento solicitada por su propio padre. Ahí es nada. Con este antecedente no es de extrañar que pueda convocar a Dios en un reparto. Porque Anticristo no es otra cosa que el retrato más despiadado y feroz que se ha hecho sobre Dios en la historia del cine. Dios como cumbre de lo negativo, de lo antagónico, como símbolo de la muerte perpetua. Es un retrato de la divinidad no apto para creyentes sensibles.

Por último, es necesario hacer notar que hay salas de cine especializadas en proyectar películas sobre Dios. Una de ellas es el cine Palafox, en Madrid, que bien mirado algo de iglesia tiene, con sus enormes y solitarios vestíbulos impecablemente pulidos, tanto en la planta baja como en la superior. Un lugar de recogimiento que nunca da la sensación de estar lleno, por mucha gente que haya. ¿Será un milagro?



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El rincón en que el crítico torturado explica por qué el cine puede ser algo muy grande unas pocas veces, y algo muy, muy miserable muchas otras.

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