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La Mirada del Samurái

Un artículo de José M. Robado || 28 / 4 / 2011
Víctima del celuloide

Hace frío. Estoy agachado junto a un centenar de extras, fuera de campo. De mi cuello cuelga un cartón plastificado en el que se lee “staff” y el número “434” que se ha empañado con mi aliento al acercarlo a la cara. Somos un equipo enorme para este rodaje. El trabajo es sencillo, pero duro. Soy uno de los diez ayudantes de producción encargados de los extras: su vestuario, su maquillaje, el atrezzo, su atención a las instrucciones, que lleguen a tiempo a cada posición según indica el ayudante de dirección... el resto del tiempo es esperar. Y pasar frío.

No es fácil pasar desapercibido si eres japonés y mides un metro ochenta. Mucho menos si llevas unos guantes blancos. Y, sobre todo, si tu presencia crea un silencio alrededor que se puede cortar, incluso estando como aquí, a campo abierto, en una llanura cerca del castillo Kumamoto. Eso es lo que sucede cuando el director aparece.

Estamos rodando una conversación entre dos hermanos y su padre, un señor feudal. La composición del plano alcanza varias decenas de metros hasta un grupo de soldados que esperan alineados las instrucciones de sus señores. Ese es mi lugar.

Se ha hecho el silencio. El director se ha levantado y se dirige a los actores con el guión en la mano. A pesar de estar lejos, le oímos perfectamente. Indica a uno de los protagonistas que debe hacer un gesto de sorpresa al escuchar determinada frase. Es importante, le dice. Nadie se mueve de su lugar hasta que el director regresa a su sitio.

Desde mi posición, no puedo ver cual es la posición de la cámara, ni el encuadre, pero lo recuerdo. Hace tres días, al preparar esta escena, nos enseñaron un boceto que el director había hecho sobre ella. Fue suficiente. El dibujo era imperfecto pero de una expresividad tal que entendimos qué se iba a requerir de nosotros durante el rodaje. Hoy, preparando a los extras, todos sabíamos lo que teníamos que hacer, el efecto visual que el grupo de soldados tenía que dar dentro del plano. Recuerdo que hasta el movimiento de la ropa por el viento que ahora veía estaba en ese dibujo.

Mi compañero Hideo me pone la mano en el hombro. El director nos está hablando.

- Cuando Hidetora salía, algunos extras miraban a otra parte. Corrijan eso, por favor.

Hideo me traduce y no sabemos que hacer. ¿Nos levantamos para advertir a los extras que llevan varias horas en esa posición? ¿Nos quedamos agachados recriminando en silencio al grupo de actores por su falta de disciplina? Hideo me coge el hombro de nuevo y señala con la cabeza a los extras. Gran parte de ellos, sin perder la posición, está inclinando la cabeza hacia el director, disculpándose por su actitud distraída.

Durante las comidas o los descansos del rodaje, se habla poco de la película. Algún debate sobre su título. Unos dicen que, vistas las escenas, lo más adecuado sería traducirlo como “guerra”; otros, dicen que lo más adecuado es “caos” o “rebelión”. Estos últimos, basándose en lo que han leído sobre El Rey Lear.

Nunca he leído a Shakespeare. Me acaban de contratar en Greenwich Film y suplo una baja. Es mi tercer rodaje en pocos meses. A diferencia de los otros rodajes en los que he estado, aquí nadie habla del director. Y las escasísimas veces que lo hacen, se refieren a él como El Emperador. Pero en la claqueta sólo pone Akira Kurosawa.

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En los años 70, tras el fracaso comercial de Barbarroja (1965) y Dodesukaden (1970), Akira Kurosawa llevó a cabo un intento de suicidio. Tras superarlo y sin encontrar financiación en Japón para rodar, el director se vuelca en la realización de una serie de dibujos y story-boards donde quedaría reflejada su impronta visual para siete películas.

El reconocimiento de su obra por parte de cineastas y actores norteamericanos como George Lucas, Francis Ford Coppola, Steven Spielberg, Martin Scorsese o Richard Gere logran que Akira Kurosawa ruede a partir de 1980 hasta que con 88 años, fallece.

Con motivo del centenario de su nacimiento, el año 2010 fue denominado “año Kurosawa”. Una de sus celebraciones ha sido la exposición de los dibujos que realizó para sus películas durante ese periodo de sequía de rodajes.

El recién inaugurado Museo ABC en Madrid acoge dicha exposición hasta el 12 de junio de 2011 con visitas guiadas gratuitas.



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El rincón en que el crítico torturado explica por qué el cine puede ser algo muy grande unas pocas veces, y algo muy, muy miserable muchas otras.

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